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(Antes de escribir este cuento, leí
en esta página, una historia similar, sobre alguien obsesionado con un telescopio y un vecino, que no se sabe si es asesino o víctima. De hecho que encontrarán hechos parecidos en este relato. No he podido ubicar al autor de la primera historia, lo único que puedo hacer es dejar esta historia, para recordar las dos.)


"...como a un vacío interminable como el de aquel campo en el que nadie, en el que nadie está en el que nadie existe."

Esto es para Luisa.

La casa era simplemente extraordinaria. Los planos debieron ser obras de arte, sin duda alguna. La sala y el comedor, además de la cocina, conformaban la primera planta. Le seguía entonces otro nivel, que no era precisamente la segunda planta: era un subnivel consistente en una habitación, que designé como biblioteca. Luego, estaba la segunda planta y un subnivel más y, finalmente, un último piso, por el que, a través de un puerta se llegaba a la azotea
Y era la azotea un lugar prodigioso. Fue por la dichosa azotea por la que descubrí todo un mundo de astronomía arriba de mí, al que se suma todo una dimensión envuelta por una niebla de misterio a la que bauticé como vecindad. El paisaje más próximo estaba conformado por la señora Visitación, quien todas las mañanas, exactamente a las seis y dos, despertaba a su hijo a gritos realmente estruendosos. En segundo lugar se encontraba Lucas, un amigo con quien aprendía el genial lenguaje de señas, además del ajedrez a distancia en el que, sinceramente, soy blanco fácil. Y, por último, estaba Luisa. Era maravilloso: el tercer piso de aquella espléndida casa daba directamente al cuarto de Luisa.
Luisa era una muchacha hermosa, la misma que me dijo su nombre escribiéndolo en un papel y apretándolo contra la ventana. Era inteligente, graciosa, digo, el tipo ideal, al menos para mí. Habíamos apenas cruzado palabras, pero la relación que teníamos a través de la azotea era algo diferente, sólo diferente, y me atrevería a decir, perfecto. Sí, era perfecto.
Las cosas mejoraron para bien durante mi estadía en la casa. Yo me pasaba horas, aunque ya no jugaba al ajedrez. Prefería observar a Luisa cuando ella no lo hacía. Y, sí, podía pasar horas enteras hacíendolo. Lo único malo era cuando ella salía de aquellas cuatro paredes. Entonces yo la esperaba. Era paciente, porque el amor es paciente. Y esperaba. Podían ser largas horas, como aquel trágico martes en que la esperaba, y alguien que no era ella irrumpió en la habitación.
No le pude ver el rostro, tal vez porque lo tenía cubierto, tal vez porque no hubo tiempo suficiente. Todo pasó tan rápido que pareciese que no ocurrió todavía. El individuo le tapaba la boca con las manos, y yo gritaba pero nadie escuchaba. Era como sí estuviera en un campo vacío donde nadie podía oír mis intentos de auxilio. Por fin, pude atravesar los niveles y subniveles de la extraña casa, y las calles silenciosas, donde nadie oía nada, donde no existía nadie.
Forcé la puerta del departamento de Luisa y entré. Luisa estaba tendida en el suelo, como muerta, pero no, no podía ser, simplemente no podía ser. Lo siguiente fue que todo alrededor, incluida ella, se tornaba de un color rojo y yo caía, caía, como a un vacío interminable como el de aquel campo en el que nadie está, en el que nadie existe.
Ahora, fin de la historia. Mi cada actual no es el mismo que aquella edificación magnífica en la que pude residir los meses previos a mi encierro. ¿Un encierro por qué? ¿Por ver lo que no debía? ¿Por amar tanto acaso? La habitación sólo consta de cuatro paredes blancas, que no son de cemento, sino de almohadas. Me aburro constamente. Aunque a veces me viene a visitar Lucas, mi antiguo vecino, para jugar ajedrez. Mis ropas ahora son blancas, aunque nunca quise ser doctor. Y en mi historia médica diagnostican esquizofrenia, y alegan obsesión. Les dije todo lo que sabía, pero no creen nada sobre el individuo a quien no pude verle el rostro. Creen que soy yo el actor del crimen, cuando sólo fui el testigo que vio todo desde una azotea privilegiada, cuando sólo fui el observador que ahora sólo puede contemplar materia blanca a su alrededor.

Texto agregado el 19-01-2006, y leído por 155 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-01-2006 Magnífico tu relato. Es el observador "observado". Te felicito. peco
 
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