-Papá, ¿ cuánto falta para que lleguemos?
-Pasamos el pueblo hace como media hora, yo creo que en una hora más estaremos allá
Al escuchar esto, Elías volvió a colocarse los auriculares y prendió la música.
Elías comenzó a pensar en cómo seria vivir lejos de sus padres, y por dos años. Nunca había estado alejado de ellos por más de dos meses, y ahora ellos se irían a Singapur por el trabajo de su padre. Aunque por más que Elías quería a sus padres, y todo lo que les debía, la verdad, el nunca se había sentido muy apegado a ellos por alguna extraña razón que él desconocía. Al principio, Elías quería irse a Singapur con ellos, pero ellos decían que allá no había buenas escuelas, y que la mejor opción era inscribirlo en el Rutherfurd School for young boys, que era un internado, y era hacia donde se dirigían en esos momentos.
-Cariño, acuérdate que ahí en el instituto te van a cuidar, debes hacerle caso a todo lo que te digan los profesores, y acuérdate que si te llegas a sentir mal, o tienes un problema, ellos te ayudarán, y siempre nos puedes llamar. También acuérdate de escribirnos cada que puedas, no se te vaya a olvidar eso.-
-Si mamá- le contesto Elías, pensando “ Mi mamá.... la quiero mucho, y sé que si la voy a extrañar, pero se preocupa demasiado, que no comprende que ya tengo 16 años, y que se me cuidar solo.”
-Hemos llegado- informó el señor Martínez, mientras la Windstar azul se aproximaba a una gran construcción, con aspecto antiguo, como uno de esos castillos que salían en las películas de tiempo medievales. Los muros eran altos, y parecían estar hechos de piedra, y uno de ellos tenía incrustado lo que parecía ser el escudo de la escuela; tenía las orillas doradas, al igual que un león coronado en el centro, y alrededor de él unas letras que formaban una frase en latín que Elías no logro comprender, todo el resto era de color vino. Sobre el escudo estaba con letras doradas, el nombre de la escuela.
En cuanto el carro se detuvo frente al escudo, unas grandes rejas negras, que Elías no había visto hasta ese momento, comenzaron a abrirse lenta y misteriosamente sin aviso. Elías sintió que le invadía una sombra, y un sentimiento de soledad al cruzar esas rejas. A él le daba la impresión que el lugar tenía un aspecto tétrico. Las construcciones parecían fúnebres, todas las paredes eran grises, y una gran parte estaba cubierta por plantas trepadoras, que parecían estar muertas, de hecho todo ese lugar parecía muerto, desde las plantas y los árboles que rodeaban el lugar, hasta el silencio absoluto que se sentía al atravesar aquellas grandes rejas.
En ese momento un agudo ladrido rompió aquel inquietante silencio. Elías encontró la fuente de ese ruido tan peturbante saliendo de lo que parecía ser el edificio principal. Allí a lo lejos, Elías alcanzaba a distinguir lo que parecía ser una sombra que tenía la silueta una mujer, con unos perros detrás de ella. La mujer era alta y delgada, muy delgada, usaba un vestido negro largo, tan largo que le ocultaba los pies, que hasta por unos momentos Elías pensó que era un fantasma y que estaba flotando. Las mangas del vestido parecían estirarse y cubrirle las manos a la mujer, solo después Elías se dio cuenta que ella en realidad traía guantes. Su cabello era largo y sedoso, le llegaba hasta la cintura, y era tan negro que se perdía con el vestido. Su piel era pálida, tan blanca que parecía que nunca había sido tocado por los rayos el sol. Detrás de ella, había dos grandes perros negros que parecían ser feroces, sus negros ojos penetraban a cualquiera, y sus grandes colmillos blancos espantaban a cualquiera. El automóvil se detuvo frente aquella figura, que más bien parecía un espejismo. La familia de tres se bajo de la camioneta y se paro frente la mujer.
-La familia Martínez supongo.
-Sí, usted debe ser la directora Bocanegra, yo soy Ángel Martínez, hable con usted por teléfono, y ella es Alejandra, mi esposa, y nuestro hijo Elías.- saludo el padre de Elías, señalando a su familia.
-Ya los estábamos esperando, de hecho desde hace un buen rato.-La directora con una cara tiesa y de pocos amigos, volteó a ver al joven. Su negro cabello ondulado le caía sobre la frente. Sus ojos azules, reflejaban su juventud y su alegría por la vida, y en ese momento mostraban más que nada curiosidad. Su piel era dorada a causa de las muchas horas que pasaba bajo el sol jugando fútbol. . En su cuello traía un collar tejido con unas conchas, un recuerdo de alguna amistad cerca de mar. Traía puesta una camiseta ajustada de color azul que resaltaban sus ojos, y unos pantalones kakis aguados, y en sus pies, unos zapatos deportivos que parecía que ser irían a deshacer en cualquier momento.
-En este instituto, nos vestimos correctamente, inmediatamente se te entregará tu uniforme, nunca debes estar sin él. También deberás cortarte ese cabello. Supongo que debes tener unos zapatos decentes.
-Bueno, les enseñare las instalaciones de nuestro colegio.
Después de mostrarles el lugar, los padres de Elías se marcharon.
Él estaba en su dormitorio acomodando sus cosas cuando un señor llegó a su lado.
-Hola, tú debes ser Elías, yo soy Daniel Weigend, psicólogo y maestro de esta institución.
Ellos platicaron un rato, y Daniel hizo que Elías se sintiera a gusto en ese lugar. Daniel era una persona amable y abierta que le inspiró confianza en el momento.
Pasaron los días, y Elías fue conociendo a sus compañeros. La mayoría le agradaban pero había uno, que simplemente trataba de hacerle la vida imposible a él, y a todos los demás. Se llamaba Hernán, era de esos tipos grandes y rudos que se dedicaban a hacer el mal. En uno de sus primeros días, Elías lo había encontrado esculcando entre sus cosas, él había sacado un pequeño abre-cartas dorado en forma de daga y planeaba hurtárselo cuando entro Elías al dormitorio. Ese abre-cartas era del tamaño de su mano, y tenia una “E” gravada en la parte superior. Lo guardaba como si fuera un recuerdo muy importante, pero la verdad ni siquiera se acordaba cuando se lo habían dado, pero siempre que lo sujetaba sentía como si una figura paternal estuviera a su lado, viéndolo. Extrañamente esa figura que presentía no era ni semejado a Ángel.
Pasaron meses y Elías se acostumbraba cada vez mas a la vida en el internado, y cada vez Hernán se portaba más pesado, ni siquiera los maestros le tenían paciencia, y se pasaba siempre de castigo en castigo. Ni si quiera Daniel, quien era él más amable de los maestros lo aguantaba. Un a vez Elías escucho al Profesor Daniel pensando en voz alta, preguntándose el por qué no habían expulsado a Hernán del colegio. Pero la respuesta era muy simple, su padre era un gran benefactor del colegio.
-Aaaaaaahhhhhhhhhhhhh- el grito de la sirvienta recorrió por todo el edificio, despertando a todos aquellos quienes disfrutaban del sueño a esas tempranas horas de la madrugada. Al igual que muchos de sus compañeros, Elías corrió hacia el grito, solo para encontrar a la muchacha desmayada frente a un cuarto que tenía la puerta abierta. Casi todos fueron en auxilio de la joven, pero Elías se adentró al cuarto para buscar la causa de aquel desorden. Y fue cuando lo vio, era el maestro Pérez, acostado en su cama, pero algo no estaba bien, la almohada estaba al pie de la cama, y parecía estar manchada, y fue cuando se dio cuenta que toda la cama junto con el Sr. Pérez estaba completamente bañada de sangre. El brazo izquierdo colgaba por un lado de la cama, del cual se escurría todavía mas sangre. Elías comenzó a sentir un mareo, pero aun así, se acerco mas, tomo el brazo que colgaba y vio que la piel de la parte superior del brazo había sido desgarrada, aparentemente por una pequeña navaja. Levanto la vista para ver al hombre, y fue cuando sintió ganas de vomitar, todo el cuello había sido desgarrado, y toda la sangre brotaba de ahí. Fue entonces cuando el mundo de Elías se ennegreció y sintió sus piernas desplomarse.
Cuando Elías despertó, se encontraba en la camilla de la enfermería. Él nunca había visto a un muerto, y menos a una persona en ese estado. Todo esto le había ocasionado un trauma y el desmayo.
Ese mismo día algunos estudiantes enterraron al maestro en el jardín, bajo las ordenes de la directora Bocanegro. También los había amenazado para que no dijeran nada de lo ocurrido a nadie, también el personal estaba advertido. De inmediato fueron interrogados todos los alumnos y el personal por la directora y el psicólogo. Las únicas dos personas que no fueron sometidas al interrogatorio fueron la sirvienta y Elías, ya que ambos habían sufrido un trauma al encontrar el cadáver ensangrentado. En cambio ellos deberían de asistir a unas sesiones con Daniel para que pudiera ayudarlos a superar el trauma. También se inicio una búsqueda por el arma, pero todo fue en vano. Con las interrogaciones, el único posible sospechoso era Hernán. Él se había peleado con el maestro Pérez el día anterior, y en la entrevista cuando se le pregunto acerca de la muerte del profesor, él contesto. –Sí, yo odiaba a ese señor, y me alegro de que esto haya pasado, me gustaría poder estrecharle la mano a quien me haya hecho este favor.
Dos semanas después, todos ya habían olvidado o trataban de olvidar lo sucedido aquella trágica mañana. Esa mañana hacía mucho frío, y Elías se despertó de un sueño profundo a las 4 de la madrugada, ya que tenia los pies helados. Se levantó para buscar unos calcetines, pero no llego al cajón, se dio cuenta que tenía las manos pegajosas. Entró al baño y casi grita cuando encendió la luz, sus manos, sus pequeñas y dulces manos de un dulce joven de tan solo 16 años, estaban completamente cubiertas de sangre. Rápidamente se lavo las manos y volvió a la cama, convencido de que todo había sido un mal sueño. Al llegar la mañana los chicos se fueron despertando y Elías se había olvidado por completo del episodio de hace solo unas cuantas horas. En eso el pequeño Raúl entró corriendo al dormitorio –¡Mataron al maestro González! ¡Lo mataron igual que a Pérez!- y salió tan rápido como había entrado.
Elías no lo podía creer, y fue entonces cuando se acordó de la sangre en sus manos. Había sido en realidad un sueño.... o estaban tratando de inculparlo. Paso el día, y Elías no dejaba de pensar en eso. Unos días después mientras acomodaba sus objetos encontró el abre-cartas dentro de una caja. A él siempre le había gustado limpiarlo y observarlo por un rato. Cuando lo saco de la caja se dio cuenta de que había una pequeña mancha cerca del filo, se acerco el objeto a la cara para poder analizarlo bien y se dio cuenta de lo que temía. Esa era una mancha de sangre. Rápidamente lo limpió y lo guardó en su lugar, y no le comentó nada a nadie.
Un día al pasar por la oficina de Daniel, Elías entró y le preguntó:
-¿Oiga, usted cree que alguien pueda matar a otra persona mientras duerme?
A Daniel le extraño la pregunta, pensó que talvez seguía traumatizado con las recientes muertes. Simplemente le contesto que si alguien podía caminar y mantener una conversación coherente mientras dormía, eso también podría ser posible, aunque muy poco probable. Elías le dio las gracias y se salió de ahí.
Esa noche Elías tuvo un sueño, en el cual él tenía 3 años y estaba escondido debajo de una mesa, mientras que un hombre, quien identificó como el maestro Sandoval, mataba a sus padres, quienes no eran Ángel y Alejandra, ellos se llamaban Alicia y Eduardo. El maestro Sandoval apuñalaba a sus padres mientras el se escondía. Desde ahí pudo ver que el hombre tenia un tatuaje en su brazo izquierdo el cual decía el nombre de su madre. En uno de los golpes que le dio a Eduardo, salió volando un abre-cartas dorado en forma de daga de su bolsillo y cayó cerca de Elías. El hombre le dio un puñetazo en el estómago a Eduardo y salió corriendo. Elías se acercó a Eduardo y este le dijo, hijo mío acuérdate de esto, nunca te olvides de mí, debes vengar la muerte de tu madre y la mía. En eso Elías tomó el abre-cartas y corrió por la puerta abierta buscando al asesino.
-¡Elías! Elías, ¿que estas haciendo? Reacciona Elías.
Pero ya era muy tarde y el profesor Sandoval yacía muerto en su cama, igual que todos los demás maestros con la almohada al pie de la cama, y el cuello y el brazo izquierdo desgarrado. Daniel había decido vigilar esa noche, pero había llegado muy tarde. Iba pasando por el pasillo y vio la puerta abierta entro y encontró a Elías con un pequeño abre-cartas en la mano encajándoselo en el brazo al desafortunado hombre, en el lugar donde antes había un tatuaje que decía “Alicia”.
Después de muchas sesiones de hipnosis con Daniel, Elías logro reconstruir su pasado, lo que él vio en el sueño fue lo que paso cuando él era pequeño, unos años después la familia Martínez lo había adoptado, y él había bloqueado toda memoria de su verdadera familia, pero ahora había encontrado al asesino de sus padres y logro vengar su muerte.
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