Erguida y resuelta. Los tacones apuntalando su cuerpo contra la acera. Nadie la ve, pero una mochila negra cargada de plomo apuñala sus omóplatos.
De casa la trae, y a punto ha estado de doblarle la espalda y abatirle el cuello, pero la miran, y eso le da cuerpo de nardo.
Un hombre gris, pozal de parto y escupidera de una mujer, esposa de esposado y, a la sazón, madre de Lola; fumaba y se escondía entre fantasmas de humo en la penumbra de un rincón, islote con forma de sillón orejero.
Taciturno, esclavo de sus facciones endurecidas, anodinas, rumiaba las últimas frases vomitadas a boca de cocina por aquel engendro, menopausia en vinagre.
La preñez de sus párpados babosos sobre unos globos oculares bordados en sangre se contraía a intervalos. Cada grito afónico inyectado de cerveza, adornado por chispas de saliva, los encogía. La energúmena mujer lanzaba exabruptos como adoquines blandiendo una espumadera y bailándole, en el bolsillo del delantal, una botella medio llena de cerveza.
El ventanal abierto amortiguaba el mitin con su ruidito a tráfico rodado arrancando en el semáforo y las extrapoladas notas de la sirena de una ambulancia chillona. El hombre-estera lo agradecía. Se sentía más fuerte en su islote del rincón del comedor.
El periódico abierto por los “Anuncios por palabras” le abstrajo de los ladridos alcoholizados.
“Cada día hay más putas”. Pensó. Fotos de mujeres casi desnudas le atrapaban la vista y le arrancaban epítetos asquerosos hacia el sexo femenino.
Lola, veinte años, con la cara por estrenar como careta de carnaval, hecha un mar en el alma, salta las alambradas del pasillo y elude trincheras. Nadie la retiene. Es una paloma estrenando vuelo.
“Eres nueva por aquí” Le dijo.
“Mejor para usted” Le contestó.
“A cómo me va a salir?”
“ A 200, por ser hoy”
|