Los rayos de sol arañaban las arrugas de mi ceño fruncido, pero era de noche. Apretaba la mente entornando los párpados, me agarraba a la baranda de la terraza, pero resbalaba, caía. De noche, sol abrasando la piel. Los dientes se hacían trozos sin sangre, el pelo desaparecía como vampiros al amanecer. Corría embadurnado hasta la cintura de fango y barro, qué oscuro, lodo nocturno, y el sol alumbrándolo todo. Me persiguen, sigo corriendo, la esfera brillante, amarilla, me ciega la visión, los pies patinan, las piernas corren sin sentido, nunca termina la oscuridad, me van a coger. No respiro, han cubierto el mar con una página de ladrillos azules, irrompibles. Peces respirando, me ahogo, pinchazo en el alma, latido en la nuca. La luna y las estrellas se ciernen sobre mi lecho de muerte, el sol tuesta mi piel. |