… la habitación con las luces apagadas, sólo con la iluminación de velas rojas y negras. Una bella melodía armonizaba el ambiente.
Un par de copas de martini, una pequeña cajita plateada con cigarrillos que acompañaran aquella noche.
Nada podía salir mal, estaba todo dispuesto para que fuese una noche inolvidable… para que fuese nuestra noche.
Aquella noche, era la que habíamos estado esperando hace ya un tiempo. Sin lugar a dudas los nervios se notaban.
Pero estábamos seguros del paso que daríamos, seguros de que era como y lo que queríamos.
Llegarías a eso de las 9 de la noche; por lo que a eso de las 8 comencé a arreglarme.
Me esperaba el corsé rojo abrochado en la espalda, con la falda roja de encaje negro, mis botas… y por supuesto la cruz que me regalaste. Coloque las mangas de encaje cuidadosamente, para luego arreglar mi cabello. Pese a los nervios quería estar linda para ti. Pese a los nervios quería arreglarme… para ti, sólo para ti.
Y pasaba la hora, que me avisaba que estabas por llegar. Me dirigí a la habitación para revisar que todo estuviese en orden, cuando sonó el timbre. El corazón se me detuvo, para luego latir con mayor intensidad.
Corrí a ver la puerta, y efectivamente eras tú quien esperaba.
Abrí la puerta, entraste lentamente… sonriéndome. Nos abrazamos largamente, me besaste con ternura. Tomaste mi mano y entramos a la casa.
Entramos a mi pieza, nos sentamos en la cama y comenzamos a conversar, nos poníamos al día sobre los días en los que no nos habíamos visto. Tomaste mi mano apretándola fuerte, sonreíste… te vi más lindo que nunca. Nos abrazamos nuevamente, sonriendo, susurrando muchos “te amo”. Dándonos la confianza de amarnos a otro nivel.
Tomamos las copas, y brindamos por la noche, por nosotros… por nuestro amor. Cambiaste la música, me abrazaste, me besaste… y susurraste un “te deseo”. Como nunca me sentí plena, me sentí bonita… me sentí como siempre has querido que me sienta.
Nos recostamos abrazados, tan abrazados que ni una partícula de aire podía colarse entre nosotros.
Los besos, las caricias… las manos entrelazadas… la pasión se apoderaba lentamente de nosotros. Nos levantamos sin dejar de besarnos. Te posaste por mi espalda, y lentamente comenzaste a desabrochar el corsé… cuando terminaste me giré mirándote nuevamente… me besaste. Susurré que tenía miedo. Me respondiste cálidamente que confiara en ti, que ningún daño me harías. Dijiste que prometías desde el fondo de tu corazón que me amarías siempre… nuestros ojos se llenaron de lágrimas. Nos abrazamos como nunca. Tomé tu carita y te dije cuanto amaba, te dije que susurré que eras todo para mí.
Los besos, los abrazos volvieron… hasta sacar lenta y delicadamente el corsé. Y así ante ti, me mostraba sin miedo…
Me tocaste suavemente, me besaste tan delicadamente que hiciste vibrar cada centímetro de mi piel.
Pasaba la hora… nos amábamos con locura… como dirían otros con pasión y lujuria. Pero nada nos importaba, sólo importábamos nosotros… sólo nosotros.
Y me hacías tuya lentamente… y reafirmábamos nuestro amor. Susurros, caricias y abrazos… la combinación perfecta para una pareja que se ama, que se quiere… y, que por sobre todo espera pasar la vida unida.