lucilla, dueña de una inocencia a prueba de toda humanidad, sentada en el borde de la cama, con la mirada congelada y teticas de silicona, finge una sonrisa carmesí mal dibujada; mientras que siente como un dedo en su espalda, urga entre los lacitos del vestido azul, desatandole recuerdos del oscuro destino designado a las muñecas infables.