Dime que va a salir el sol,
dime hacia dónde nos guiará
y promete la lucha eterna.
Grita mi nombre entre sollozos
y jura que soy el centro de tu existencia.
Repite y retuerce los mismos argumentos
hasta desangrarlos en monotonía.
Mira mi ojos desafiantemente
y finge que todo está correcto y en su sitio.
Da vueltas en torno a tu propia sombra, enganchado a tu ombligo.
No preguntes, no razones ni contrastes realidades.
Miéntete por activa y pasiva, y viceversa.
Sigue caminando sin empaparte en locuras.
Vuelve a confiar en tu mundo perfecto,
sin cuestionarte.
Canta al viento frases entrecortadas
y carentes de sentido.
Exprime tus virtudes y prioridades
tantas veces como necesites.
Sonríe despreocupado
y sal corriendo a la calle.
Bébete tus frustraciones caña a caña.
Sigue cegado y en la oscuridad,
en tu camino trazado.
Pero no me pidas que yo gire
como peonza alrededor de tus pasos.
No insistas en distorsionar mi realidad,
porque salta a cada instante.
No me digas que te acompañe en tu camino, porque andas sólo, a tu ritmo.
No me vendas sentimientos que no existen.
No me hagas sentir culpable de mis actos,
porque son sinceros.
No me digas que ya nada importa,
porque mi alma no lo percibe de igual modo.
No te arriesgues a ponerme a prueba,
porque mi libertad no está en juego.
Sé tú mismo,
rómpeme de golpe con tus besos.
Demuéstrame que otro mundo es posible
a base de abrazos.
Méteme por los ojos la ternura,
la fuerza y las tormentas.
Mírame por una vez las entrañas
hasta que me encuentres.
Escupe tus sentimientos a la cara.
Hazlo, o no respondo.
Y después será más sencillo compartir sin fronteras.
Olvidarnos de los límites.
Construir algo auténtico, nuestro.
Inyectarnos optimismo a sobredosis.
Mirar al horizonte de frente y al mismo tiempo.
Ser libres, transparentes y mágicos.
Despertar del letargo y viajar sin equipajes.
A partir del momento
en que aprendamos a querernos.
Partiendo de cero y de nosotros.
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