Es sábado por la noche. El día del mes esperado por todos. Hacemos un alto en nuestras actividades para dedicarnos a la noche y sus placeres mil. Los preparativos han comenzado. Bajo las frías aguas voy imaginando el desenlace de la jornada que se avecina. Me coloco la sobria vestimenta azul, estando sólo a la espera de la señal. Dan las veintidós horas y llaman a la puerta. Se trata de CJ, que con una inmensa sonrisa en el rostro me da la bienvenida en la fría noche de octubre. El saludo es efusivo. Hace mucho tiempo que no nos vemos. Ahora vamos en busca de los demás. Chango y don Pésimo deben estar en el parque a la espera de nosotros. Esta vez Dante ha ofrecido su chingana, pero en estos momentos nadie sabe de él. Nos ha fallado. Estamos los cuatro amigos de siempre, esperando al resto que no debe tardar en llegar. No pasa mucho tiempo y Gino hace su aparición a estribor con su gelatinosa figura que se contornea al ritmo de sus cansados pasos. El Maestro da vueltas en su auto gris, nos divisa y decide parar. Uno más para el grupo. Muy en el fondo sabemos que no se unirá. Que inventará la misma excusa y se marchará. Hoy llega más optimista que nunca. Nos emociona con la posibilidad de cuatro féminas que están dispuestas a todo. Que del trago ni nos preocupemos. Toda esta maravilla a puertas cerradas en casa de éste. Porque hoy decretaron Ley Seca. Mañana tendremos elecciones. Por nuestro lado pasa un grupo de quinceañeras alocadas que nos miran indiferentes y murmuran en grupo. Debemos estar viejos para ellas. Un momento, el Maestro conoce a una de las niñas. Ha sido su novia al parecer. Las amigas también pueden ser nuestras. Los comisionados son el Maestro y don Pésimo, quienes no son nuestra mejor carta de presentación. Sin embargo, nadie más lo quiere intentar. Pasan al costado de ellas. Nosotros, el resto, esperamos impacientes. Nada. No lo han logrado. No se animaron siquiera a levantar una ceja. Creemos que no sirven para eso. En quince minutos vuelvo, nos informa el Maestro. Sabemos que no regresará. Sin embargo, aún no queremos aceptarlo. Si son cuatro en casa del Maestro, nos faltaría tres más dice el Chango. Coge el móvil de don Pésimo y telefonea a Muriel. Ella responde “emocionadísima”, tiene dos amigas más y confirma en media hora. Debemos confirmar también lo del lugar. El Maestro está tardando más de la cuenta. Chango está feliz. Él tiene diversión asegurada con Muriel. Nosotros tenemos que esperar lo que vendrá. Mientras esperamos, el Chango, CJ y don Pésimo conversan de sus últimas aventuras. De cómo estuvieron a un paso de la gloria. Sin embargo, una vez más algo falló. Que don Pésimo otra vez estuvo complicado. Que nadie lo entiende. Los observo viendo lo de siempre: la acuarela eterna. El casi casi. Amarillo nos encuentra. Pasa en su inmensa moto de los años treinta y se detiene cerca a nuestra banca. Nadie lo ha invitado. Pero es parte de nuestra promoción y nos lo recuerda siempre. A ninguno de nosotros nos importa pertenecer a los promocionados del noventa y cinco por el simple hecho de serlo. Aunque ese sea el vínculo que nos una. Somos mucho más que eso. Entre nosotros no tenemos la ridícula manera de llamarnos “promoción”. Lo soportamos un rato nada más. Amarillo se da cuenta y marcha a toda velocidad en busca de su destino. Muriel se demora en contestar. Ya no nos importa o nos importa menos. Al costado nuestro se han posado unas damas mayores que tienen otras aficiones. Entre ellas está Yamile, la siempre bella Yamile. El Chango, una vez más, es nuestro nexo. Ahora dependemos de él. Se acerca. Hace las insinuaciones del caso. No es necesario. Las damas la tienen claro. También buscan diversión. Sólo necesitan un lugar y buena compañía. Ellas escapan igual que nosotros de la Ley Seca. Lo del Maestro quedaría muy lejos. Nos queda lo de CJ. En la trastienda podemos estar bien. Siempre habrá una botella de cerveza a la mano. CJ no quiere. Mujeres no entran a su trastienda. Sus padres vigilan. Es imposible. El Chango está a punto de explotar. No lo puede creer. Tanto trabajo para nada. Don Pésimo por su parte propone buscar al Maestro en su casa. Le increpo a que primero lo llame al móvil, pues con él, nada es seguro. Nadie responde del otro lado. Todos quieren ir. No tengo alternativa. Subimos en un automóvil y nos dirigimos a la lejana casa del Maestro. Esperando encontrar lo que nos había prometido. Después de media hora de camino llegamos al lugar. Todo está en silencio. El único ruido proviene del motor de nuestro automóvil. El Maestro no está y debemos de retornar. Esta vez, con Pajarito que está solo y perdido. Entonces entiendo que valió la pena ir hasta allá. Finalmente encontramos a uno más. Llama el Burro, el Lechuza también. Están en lo de Dante pero todo esta muerto, igual ahí. Debemos de rescatarlos y unirlos al grupo. Mas, esa no es la llamada que esperamos. Muriel no llama y ya abandonamos a las damas mayores. Cuando volvemos al parque, Yamile ha desaparecido. En tanto, Lechuza nos espera, con su ciega mirada, sin ver a más de medio metro de distancia. Él puede ser la solución. Tiene un depósito de piezas viejas que podría servir de guarida. Le damos la bienvenida. Lo tratamos con pinzas. Lo endulzamos. Le proponemos el asunto. Pero nos condena, indicando que no tiene las llaves y que dicho depósito es un muladar. Después de dar vueltas al asunto, finalmente caemos en la trastienda de CJ, sin entender nada de lo que pasó. Ya son las dos de la mañana y recién tenemos una cerveza entre las manos. Al Maestro y al Burro se los tragó la noche. Nadie sabe de ellos. CJ, el Chango, Gino, Pajarito, don Pésimo, Lechuza y yo estamos solos en un rincón. El recuerdo de glorias pasadas, invaden nuestras mentes. Libamos. Reímos de nuestras miserias. Gozamos con nuestras vidas. Disfrutamos de la madrugada como siempre lo hicimos: sin ningún plan que funcione. Las cervezas van llenando cajas y a filosofar nos manda. Hablamos de la vida. De las mujeres. De los vicios. De los encuentros y desencuentros. De los amores pasados y de los nuevos también. Recordamos que todos estuvimos con la misma chica. Que quedaría marcada para siempre como agenda de nuestras tertulias. Son las cuatro y Pajarito decide volar. Nos abandona porque tiene una cita. Todos sabemos que no es con una mujer. Lo espera su almohada. Pero igual, da lo mismo. Nadie lo delata. Dan las seis y el ambiente está cargado de tanta energía vertida, de las colillas humeantes y los alientos a litros de cerveza. Es hora de marcharnos nos informa CJ. La nublada mañana nos espera fría y solitaria. Sólo se oye las voces de un grupo de amigos que marchan raudamente. Contemplo el cuadro y una nostálgica sonrisa invade mi rostro. Somos los mismos de siempre. Un poco más de tejido adiposo en el cuerpo y menos cabello. Pero los mismos de siempre. Ellos tomarán la derecha, directo al puesto de comida ambulante para calmar su apetito madrugador. Yo, ya no los acompaño. Me quedo en casa. Viéndolos alejarse, a través de la ventana. La jornada para mí ha concluido. Converso con mi padre que ya se informa por TV. En un momento ya estoy en la cama. Caigo en un profundo sueño. No pienso en el próximo encuentro. No me trae expectativas. Mas, estoy seguro que llegado el momento, tendremos la misma ilusión y esperaremos el siguiente sábado de reunión. El mismo que será incierto e improbable. Sin embargo y por fortuna, siempre contaré con la graciosa silueta del Chango, la contagiosa carcajada de CJ, la ácida expresión de don Pésimo, el humor negro de Gino, de las cualidades y defectos de los amigos que nunca perdí. De los amigos que colmarán mis recuerdos, hasta el ocaso de mis días.
01 de Noviembre de 2005.
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