DIOS ESTÁ SOBRE MÍ
“Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. 2 Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos. 3 Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos. 4 Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. 5 Detrás y delante me rodeaste, Y sobre mí pusiste tu mano.
6 Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender. 7 ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? 8 Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás”, Salmo 139:1-8
Desde hacía días venía con la vaga pero extraña sensación de ser observado. No era claro eso, sin embargo, sentía sobre mí unos ojos que me escrutaban constantemente. De vez en cuando me sorprendía mirando para todo lado en busca de esa acechanza incómoda y furtiva. Hasta los sitios de absoluta privacidad como mi alcoba o el baño me causaban desconfianza. Antes de cerrar las respectivas puertas buscaba al inaudito ojo que por todas partes me seguía. Pero, nada, no lo descubría; hasta que cierta noche tuve una inobjetable revelación: ¡Es el ojo de DIOS! Ese sueño me produjo calosfríos porque no es lo mismo ser espiado por un intruso que indaga algo secreto de uno, que ser escudriñado a todo momento por Dios. ¿Quién puede –acaso- esconderse de la mirada implacable de Dios? –me preguntaba.
A partir de ese día me esmeré en mis actos cotidianos, pues Dios me vigila por doquier. Dejé de asistir a parrandas con mis amigos. Dejé de mirar películas y revistas para adultos. Dejé de frecuentar algunas chicas. Dejé de cruzar las calles con la luz del semáforo en rojo y empecé a usar las líneas de las cebras y los puentes peatonales. Dejé de fumar en los sitios prohibidos (y hasta mejor será abandonarlo de una buena vez) y de tirar las colillas al piso. Dejé de llegar tarde al trabajo. Dejé de comprar lotería y de consultar horóscopos y agoreros (a Dios no le agrada eso). Dejé de hablar de los demás, en especial de los políticos (ya Dios se encargará de ellos). Dejé de comerme las uñas y de pegar goma de mascar en los asientos. Dejé muchas cosas; en esencia, aquellas en las que mi conciencia con justeza me acusaba…
Pero lo peor y lo más grave fue cuando me sobrevino la idea incontestable y rotunda de que Dios conoce lo que yo pienso a cada instante…
GerCardona.
Bogotá, enero 17 de 2006
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