Un tirón de la cinta de la persiana y caen varias filas rotas de luz sobre la colcha. Agarra una silla por el respaldo, la levanta, la coloca al lado de la cabecera y antes de sentarse, arregla el embozo alisando los pliegues de la sábana con la mano derecha. Luego le pregunta cómo se encuentra esa mañana y, sin esperar respuesta, le regaña por el trocito de pan que dejó en la bandeja de la cena.
- No somos ricos y no se puede desperdiciar la comida. Mire a esos pobres niños de África comiditos por las moscas. ¡Cuánto darían por ese pan que usted despreció!
Busca con el reproche de sus ojos, la vergüenza del padre en las dos grietas que se abren entre las arrugas de la cara. Luego suspira muy hondo, entrecruza los dedos de las manos y las deja sobre el regazo. Pasan unos segundos de silencio con pespuntes de sierra en la madera del armario.
- Ahora mismo le traigo el desayuno. Café y el coscurro de pan que dejó anoche, bien tostadito. Café poquito para que no se ponga nervioso.
Libera las manos, las baja y las cierra en los bordes laterales del asiento. Impulsa el cuerpo hacia delante, mueve la silla y las patas golpean y arrancan polvo rojo de los ladrillos desgastados. Acerca los labios a la oreja del padre.
- Con lo bien que habríamos estado los dos solos después de la muerte de madre. Pero no, tuvo que buscarse la compañía de esa mujer. Bien que le ha sacado los cuartos, no lo niegue. Iba a pagar a un abogado para que le pleiteara la casa que usted le dejó, pero me han aconsejado que no lo haga porque me puede salir más caro el perro que el collar. Sé que es una chabola pero, chabola y todo, era mía.¡Cómo pudo, padre, hacerme eso!
Se levanta, introduce una mano en el bolsillo de la bata y saca un cuaderno, un papel de reintegro bancario y un bolígrafo. Lo deja todo sobre la mesilla, incorpora al padre, dobla la almohada y se la coloca en la espalda , acerca el cuaderno, pone encima el documento y le deja el bolígrafo entre los dedos de la mano derecha. Cuando el padre firma, lo guarda todo en su bolsillo y se aleja hacia la puerta.
- Sepa usted que esa mujer ha tenido el atrevimiento de venir con la intención de verlo y que no la he dejado pasar del umbral. Mientras yo esté aquí, ella no pone los pies en esta casa.
- ¡Mala puta!.
- ¿Ha dicho algo?
- Nada.
- Me había parecido. Ahora mismo le traigo el desayuno. |