Mientras sus extravagantes uñas rojas apretaban con fuerza mis muslos tiernos de joven amante, su lengua se presentaba magna, húmeda y sedienta en mi cuello blanco y desnutrido. Era la primera vez que me enfrentaba a una mujer, mi miembro delgado, flácido y torpe irradiaba lástima en aquella femina de rasgos gastados, la escena era como ver a un ciervo herido a punto de ser devorado por un león, el callejón estaba solo, y la noche era testigo de aquel acto. Yo me sentía feliz y ello causaban risotadas de ternura en aquella boca pinturrajeada.
Me fui. Sí, me fui, a pasos largos y cortos para poder encontrarme solo, en la obscuridad obscura de mi hogar y allí por fin sollozar todas las penas y todos los gritos. Al encender la luz de mi pieza, encontré a mi hermano Diego cogiendo a mi hermana menor, por lo cual decidí alojarme en el baño, el cual se desvanecía en la putrefacción sin esencia, me recosté sobre el felpudo y estando allí comencé a contar las estrellas sobre el techo hasta quedarme dormido.
Al día siguiente mi mamá me despertó con unos cuantos gritos y monedas, entreabrí los ojos y comprendí que debía ir a comprar el pan, recogí el primer chaleco que encontré en el piso y partí. Mientras caminaba a la panadería intentaba recordar lo sucedido en la noche anterior, y la vi así, tan pura, tan diosa, tan gastada, tan usada. Estaba allí, frente a mis pies como una musa que se toca los pezones, entonces mi mamá me despertó con unos cuantos gritos y monedas, entreabrí los ojos y comprendí que debía ir a comprar el pan.
Me fui. Sí, me fui, a pasos largos y cortos para poder encontrarme con ella. Estabamos solos en aquel callejón, ella vestía escasas ropas, las cuales eran prendidas y fugaces, como aquel beso que ya me cerraba la boca, -¿Cuánto me vas a pagar? – preguntó ansiosa. Entonces yo y mis escasos huesos nos abalanzamos sobre ella hasta hundirnos en el lecho de muerte.
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