Cuando cayó la primera gota de lluvia sobre mi cabeza, todo mi cuerpo se estremeció. La piel se me puso de gallina y un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Suspiré con violencia. Estreché mi cuerpo y metí las manos en la bolsa del pantalón. Solo así descubrí un pequeño papel que se había perdido en aquel bolsillo. Creí que era una pequeña factura y la estrujé como si fuera a sacar un poco de calor de ella.
Las gotas siguieron cayendo. Ya casi tenía empapado el cabello y comencé a disfrutar aquella tormenta que se parecía a lo que llevaba dentro. “Es una extensión de mí”, pensé. Me quedé parada sin saber adónde ir, sin querer llegar a ningún lado. El papel todavía estaba entre mis manos; mis ojos, desenfocados y; el cuerpo, tenso.
Hay momentos en que la vida pone esas pruebas de dolor inexplicable. En esos instantes uno pierde la noción del tiempo, la movilidad y hasta deja escapar el pensamiento. Yo estaba ahí, sin estarlo, o sin querer ser notada por nadie. No es que llamara mucho la atención, pero lo que me rodeaba pasó a segundo plano. Eramos la lluvia, el papelito y yo.
Me moví con lentitud. Paso por paso, sin apresurar el momento, sin apresurar la vida. Bajé la cabeza y cerré los ojos; sentí el papel. Mis brazos no me respondieron cuando intenté botarlo. Mis ojos, en su andar lento y descuidado, más concentrados en el interior que en lo que me rodeaba, buscaron un basurero. No había. Seguí caminando. El corazón se me hizo puño y un nudo de sentimientos se aglomeró en mi garganta. Me aferré aquel papel desconocido y me mordí los labios para no llorar.
No era consciente de lo que me estaba haciendo mal. No estaba pensando en nada y estaba pensando en todo. Mi piel no sentía nada, pero estaba más sensible que de costumbre. Comencé a sentirme mareada, comencé a necesitar un cigarro.
Con la mirada perdida en lo más profundo de la calle, solté su nombre. No sé porqué lo dije. Al fin saqué el papel y lo vi. No era una factura. Era la entrada del lugar donde lo encontré por primera vez. Unas gotas comenzaron a mojarlo, pero no era lluvia... Las lágrimas estaban deshaciendo el nudo de dolor que había en mi garganta...
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