La tarde extiende su aliento en el callado hueco de las horas como un manto paralelo al infinito que declina en ti. Mientras, las aves acrecientan el recorrido de sus vuelos junto a la esfera de tu sombra; no estás y el dolor plasma al horizonte en irremediables lágrimas que mojan la ciudad. Y la lluvia deposita su silencio en el latir de las gotas que se detienen con los árboles, en la emboscada de tu piel atada al miedo y al olvido. Por la ventana se pierden mis pupilas atadas a tu encuentro bebiendo el gris que habita dentro de los charcos, tallando el cristal en tus mejillas que iluminan los senderos. Y no estás, tus manos se alejaron de la felicidad para rondar lo impredecible, para aferrarse al infortunio de otro cuerpo pendiendo de tu vida, mientras la soledad me ahoga en una inmensa ola pasajera que agita las entrañas. A lo lejos el cielo tilda el azulino de su vientre serenando los sollozos, a la vez que la lluvia embriaga su mirada en la silueta de tu ser paralelo y etéreo al eco de mis sueños.

Ana Cecilia.