Quiso correr, pero sólo se podía arrastrar. Sus movimientos eran torpes, lo que hacía que ella se encontrara cada vez más cerca.
A lo lejos, escuchó sus gritos aterradores...
Por algunos segundos, se creyó perdido, pero una fuerza, tal vez, el propio deseo de continuar con vida, permitieron que siga, que luche por no morir.
Su mente ardía en la soledad y en sus oídos, los pasos de la bestia reverberaban manifestando un eco doloroso.
Se deslizó por el polvo cual aventurero sediento en medio del desierto. Las piedras lastimaban su cuerpo, la sangre brotaba con espasmódicos borbotones, el sudor chorreaba de su frente. Hubiera querido mirar atrás, regresar la vista y reconocer al asesino que lo perseguía… pero no debía.
Creyó encontrar su salvación en un pequeño agujero formado por algunas plantas... realmente, no era un espacio muy grande, pero le servía para esconderse por unos instantes. Cuando le pareció que estaba cerca, su perseguidora se paró justo frente a él, y con mirada desafiante aguardó su próximo movimiento.
El sol quemaba, y con la tensión del momento, la sensación de sofoco era mucho más notoria
-Quedate quieto, quedate quieto- rumiaba con el corazón en llamas y una migraña que le sonsacaba la tranquilidad.
Esperó con el cuerpo laxo. Cualquiera que lo hubiera visto, habría afirmado que estaba muerto. El tiempo carcomía los segundos con ferocidad y él, tan parsimonioso para movilizar pensamientos, decidió encofrar la respiración y desorbitar la mirada. A la cuenta de un tres estrepitoso, se largó arrastrándose, casi levitando sobre el suelo.
-No huyas. Estás atrapado. Tu esfuerzo es en vano- gritó mientras corría.
¿Qué podría hacer él, tan pequeño e indefenso? Ni siquiera avanzaba lo suficientemente rápido como para huir.
Riendo, y sólo por diversión, dejaba que arranque unos pocos centímetros, para luego alcanzarlo. Ya cansada de su crueldad, brincó y dio un certero golpe, quitándole por fin la vida...
La noche trajo la brisa y con ella la escarcha. Sobre el suelo, sólo yacían las huellas del moribundo gusano que, horas atrás, había sido el alimento de la obesa gallina.
(Epílogo: La gallina hizo gimnasia localizada hasta que recuperó su estado, desgastado por los excesos -léase maíz, gusanos y gallos-. Participó en "La gallina degollada", del director Horacio Quiroga. "Confieso que he cacareado" es su obra póstuma, donde afirma ser "violentada" y "abusada" por el mencionado escritor.
Murió en circunstancias misteriosas, en pleno rodaje del cuento.)
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