La fragilidad de espíritu quedaba demostrada en cada uno de sus movimientos. Con aire ensoñador, se paseaba por las compraventas de la ciudad, en pos de restaurar antiguos muebles. Luego el taller de maderas y fibras; las anilinas; pátinas; lustrados; como una lograda creación de formas y colores que tanto fascinaban. Las ventas eran el resultado selectivo de los compradores, quienes debían poseer sus mismas cualidades: Sensibilidad extrema y alguna veta artística. Cada día, los diversos visitantes demostraban más admiración por el acabado de esos muebles rojo caoba.
Bajo una asiduidad noctámbula, sus manos se teñían de ese río de sustancias que conformaban un toque distintivo, perpetuando la vida como un sello de otros genes.
Sólo debió abandonar ese hábito, cuando los perros de la policía reconocieron el olor a sangre humana, debajo de los infinitos tonos de barnices y pinturas...

Ana Cecilia. ©