Miró una vez más su imagen reflejada en el espejo, su cansada cara parecía haber envejecido de golpe incluso más siglos de los que tenía,pues así se sentía, como si llevase con vida siglos y siglos enteros. Las ojeras eran como lagos de oscuridad que quebraban la lividez de su piel; el color tostado que antaño le daba un aire de viveza se había tornado en una translucidez inquietante, su casi perfecta sonrisa se convirtió en una mueca de amargura, el brillo alegre de sus ojos se transformó en una triste opacidad que no reflejaba más que agotamiento; su cabello espeso y azabache se hizo guedejas de finos hilos grises, la firmeza y la tersura de su piel sustentadas por pura carne juvenil dieron paso a un conjunto de arrugas fláccidas apenas soportadas por un fragil cráneo.
Pensó cuanto tiempo hacía que no se observaba en un espejo, como hasta aquel momento no había sido consciente de su degradación, porque no se había percatado de su declive, ¿cómo no se había percatado hasta aquel momento del cruel paso del tiempo?¿cómo no se dió de su ocaso?.
Se apartó de su reflejo, se alejó sin mirarse otra vez, cerró los ojos y, dando media vuelta, se precipitó en una loca carrera contra el cristal en un incongruente intento de emular a Alicia a través del espejo. Los trozos del vidrio se clavaron por todo su cuerpo desnudo, innumerables líneas rojas hacían parecer más nívea su piel y un río púrpura nació de su cuello para teñir de rojo el suelo donde yacía su vida hecha añicos.