Amaneció un tanto nublado sobre Trinidad, el frío cedió un poco, la calle y el pasto mostraban rastros del rocío de la madrugada. Todo indicaba que el sol no quiere asistir a la cita de todos los días, pero se encargó de hacer un tanto más soportable el frio.
Una tenue luz brilla desde hace bastante rato en la pequeña casa de madera, barro y paja de don Teodoro Carrillo, ubicada frente mismo al gran portal de la iglesia de la Santísima Trinidad. Una tímida vela trata de iluminar la cocina, de piso de tierra roja, apisonada.
Es sábado 11 de agosto de 1855, y comenzaba una semana que marcará el resto de las vidas; de toda la familia Carrillo. Se casa Asunción, la hija mayor de don te’o y doña Clemencia Bastos y desde bien temprano se comprometieron con el paí (sacerdote) Velazco para arreglar la iglesia. Debían flores y cintas de colores para adornar la ceremonia.
-Nde, Clemé, eyú py, pe kaa’y oima, opupú ningó pe y- (Clemé –diminutivo de Clemencia- ven, el mate está esperando, ya hierve el agua hace rato) invitaba con tono ya de reclamo don Teodoro a su esposa que no terminaba de levantarse. Es que trabajó hasta tarde en la preparación de la boda.
Con pazos un tanto inseguros de quien se levanta sin haber descansado la esposa se acerca a la cocina, donde la espera su compañero con la infusión al lado del fuego hecho a carbón y leña.
-Nde pojhyi eté che karaí. Ajhama ningó- (estás insoportable, ya voy) se defendió doña Clemencia, y apareció en la cocina todavía somnolienta y vestida con su ropa de cama. Una especie de camisón de tela gruesa, ajado, pero comodo, adaptado a su cuerpo. Ya no es el mismo cuerpo que conquistó Teodoro hace varios años. Los años y las penas de una dura vida no pasaron en vano.
-Buen dia che karaí, (señor) siento frío, y no quería levantarme tan temprano, estuve hasta las dos de la mañana cosiendo el vestido de Asunción- se justificó. –No te imaginás lo bien que le queda, hasta parece una princesa-
-Si, ya sé, escuché que a ratos conversabas con Asu, pero no quiero tomar el mate solo- respondió, evitando darle importancia al comentario de la vestimenta. Don Teodoro sufrió cuando debió aceptar que su hija decidió tomar su rumbo.
La familia Carrillo-Bastos ocupaba hasta hace pocos años un lugar de privilegio en la sociedad asuncena, pero los vaivenes políticos arrastrados desde la era del dictador Rodríguez de Francia terminó convirtiéndolos en perseguidos políticos y el Estado se quedó con su fortuna. Ellos fueron confinados a Curuguaty, hasta el fallecimiento del dictador.
Hace un poco mas de cinco años retornaron a Asunción, pero nada pudieron recuperar. Tienen tres hijos, Asunción de 20 años, Juan Evaristo, de 18 y el pequeño Diógenes de solo 6 años. Don Teodoro es contador, pero por determinación del gobierno no puede ejercer, y doña Clemencia, por el mismo motivo no puede ejercer la docencia. Pero se las arreglan.
Asunción terminó el básico hace un año y quiere seguir los pasos de su mamá, pero antes debe cumplir con el ritual de toda joven, quiere casarse. Hace tres meses don Juan Antonio Zepeda y Castro Bermejo, le propuso matrimonio y dos días después Asunción aceptaba y marcaron esta fecha para el matrimonio.
Juan Antonio tiene sangre española y paraguaya. Su padre, Don Pedro Zepeda y Castro es de Madrid, un rico comerciante de especias y vinos traidos de España, y decidió incrementar su fortuna en el nuevo continente y su madre doña María de Jesús Bermejo Urbieta es descendiente de alcurnia paraguaya, heredera de una de las mas importantes familias asuncenas. María es también de ascendencia española, pero sus antepasados fueron a Asunción hace muchos años. Ella es la segunda generación que nació en Paraguay.
Juan Antonio, joven pretendiente no quiere volver a España. Nació en Asunción, y cuando cumplió los 18 años sus padres le propusieron que siga sus estudios en la Madre Patria, pero no le interesó. En varias localidades españolas residen sus familiares. Nada le faltaría. Cuando conoció a Asunción, su prometida, encontró quizás el motivo de su vida para quedarse, aunque en algún momento comentó a sus amigos que le gustaría llevar a su esposa a España.
En la pequeña casa frente a la iglesia de la Santísima Trinidad, sus habitantes intentaban recuperar la tranquilidad de otros días, pero el corazón no se los permitía.
Mientras saboreaban el mate comentaban sus cosas, -leí en el semanario que un español fue condenado a seis meses de cárcel por haber trepado a la alcoba de una señora francesa de apellido Blossard y su marido los denunció", comentó Teodoro.
-Estos jóvenes ya no tienen vergüenza, pobre esposo, a vy’a itereí, (me pone contenta) se lo merece el tipo sinverguenza y ella, ¿qué le pasó?-
-y también tiene seis meses de cárcel, pero lo peor es que el español, que ahora estará en la carcel del bajo parece que llegó a Asunción de España hace pocos días, un comerciante que trajo vituallas, ropa y zapatos para vender a la gente que estaba invitada al cumpleaños del general Francisco Solano López.
-jhee, a upearaite oú, a vy’á- (y solo par air a a carcel vino, me alegro) se merece el castigo-
-Paciencia, espero que en la cárcel no lo torturen porque parece que el señor Blossard este es muy amigo del presidente López y de su hijo el general y por ahí quiere lavar la ofensa con sangre-
-Anichene ningó- (no lo creo que sea asi) dijo fingiendo pena doña Clemé.
El mate duró media hora, al cabo de ese tiempo doña Clemencia repentinamente se puso nerviosa, -debo comenzar a preparación de la comida para la noche, y seguro que no me vas a ayudar, nde haragán- le recriminó de antemano a su marido.
-Mbaé, jha maa pico ojheca leña, jha maa oguerú mercado gui so’o, naumbre, chereyape- protestó don te’o, (como? Quien fue a buscar leña, quien fue al mercado de comprar carne y verduras, dejame en paz) se levantó y salió al patio, admiraba el amanecer y su reloj marcaba las seis de la mañana y Trinidad comenzaba a desperezarse.
Salió a la calle, frente a su casa el pasto estaba mojado, percibió que durante el mate con Clemencia cayó un fresco viento del sur que limpiaría el cielo; comenzaba a abrirse lentamente y las nubes daban lugar a la fuerza del sol y el silencio de la mañana temprano se quebró con el ladrido de jaguá pirú, (perro flaco) el perro de su vecino don Ildefonso Torres. El ladrido terminó por despertar al resto de la familia de don Teodoro y al gallo que aparecía en el fondo de la casa como apurándose porque la mañana lo sorprendió durmiendo.
Trinidad esta ubicada a una hora de Asunción en carreta y 30 minutos en tren. Zona de grandes quintas. De hecho los dos primeros gobernantes después de la independencia construyeron sus casonas de descanso en este distrito. Francia ya desaparecido ubicó a la suya a mil metros de la humilde vivienda de don Teodoro, aunque la propiedad inicia a escasos 100 metros, del otro lado de la iglesia de Santísima Trinidad.
Mas distante hizo lo propio don Carlos Antonio Lopez, su residencia de descanso rodeada de tupida vegetación le sirvió de exilio ordenado por Francia. Lopez apareció recién tras la muerte del dictador.
Teodoro respiraba profundamente, llenaba sus pulmones de aire limpio y fresco de la mañana. Pensaba, se distraia mirando al perro que juguetaba y seguia pensando. Minutos después el tren de las siete anunciaba que estaba a punto de llegar a la estación de Trinidad. Dos hombres apresuraron el paso al escuchar el pito-pú (silbato) del tren y la escena arrancó un comentario y una leve sonrisa afloró en los labios de don Te’o, -Lacú jha José Karé oyapurá, oguajhet yevy ta jhicuai la siete riré y mba’apo jhape- (Lacú y José, como todos los días salen tarde de sus casas y se apresuran para que el tren no les abandone).
Una hora después la casa quedó vacía, don Teodoro fue a su trabajo, se convirtió a la fuerza en zapatero y peluquero. En lo más intimo añoraba sus días en el banco Mercantil como gerente de créditos a productores, pero sabía que dejaría esta vida sin reasumir funciones. Era uno de muchos perseguidos que terminaba sus días sin derechos.
Ya casi no recuerda como se convirtió en perseguido político. Un buen dia al llegar a su oficina le comunicaron que su cargo fue suprimido, y en el futuro sería responsabilidad del dictador nombrar a uno nuevo. Protestó y ahí comenzó su via crucis hasta que una mañana fue conducido a San Isidro del Curuguaty, localidad distante a mas de 200 kilómetros de la capital. En aquel poblado también fue recluido el uruguayo José Gervacio Artigas.
Los recuerdos se agolpaban en su mente pero ese día su familia y hija no lo merecían; se despabiló y comenzó a hacer lo suyo. Doña Clemencia y Asunción se internaron en la iglesia, encendieron algunas velas, se pusieron a rezar un rosario y a continuación a limpiar los altares y la nave orincipal para la noche. La madre de Asunción iba y volvía, revisaba en la casa el avance de la elaboración de las comidas para los invitados y retornaba a ayudar a su hija. En la casa fue a ayudar su hermana María de la Cruz.
A las cinco de la tarde debían dejarlo todo preparado pues era hora de misa de los sábados. Se casaba a las siete de la tarde.
Asunción, joven sencilla, con muchos sueños, estaba profundamente enamorada de Juan Antonio pero para asegurarlo a su lado debió enfrentarse a otras niñas que aspiraban el amor del joven, y en varios casos en inferioridad de condiciones pues sus rivales eran de posiciones económicas buenas y estaban bien acomodadas en la sociedad y no trabajaban lo que hacia que les sobre tiempo para conquistar al joven, a ella no, pues debía ayudar a su madre en la elaboración de viandas para los trabajadores del ferrocarril. En desventajas, su sencillez, su encanto y su carácter afable y femineidad lograron girar la cabeza de Juan Antonio.
Transcurria el tiempo entre el ajetreo, nervios y emociones contenidas, propios de eventos como que ocupaba a los Carrillo. Eran las cuatro ya estaban a punto de terminar la tareas. –Mamá, voy a revisar todo de nuevo por si olvidamos algo antes de ir a casa-
-Bueno che memby, (mi hiha) mientras termino de ubicar estas flores-
La joven comenzó con el altar y en voz baja iba enumerando todo lo hecho hasta el momento y consideró que estaba completo, y con una sonrisa de aceptación giró sobre sus talones y su largo vestido voló. Bajó la pequeña grada y sin darse cuenta la tela rozó una de las velas encendidas en el piso, el fuego avanzó rápidamente, ella se dio cuenta que las llamas subían y echó a correr, asustada, desesperada porque comenzaba a quemar su piel a la altura de las piernas y sentía que el ardor se apoderaba de su cuerpo.
-Mamá, me estoy quemando- gritó desesperada mientras corría
-Tirate al suelo, no corras- le respondió doña Clemencia, que dejó lo que hacía para acudir en ayuda de su hija, pero sin lograr alcanzarla. De inmediato la desesperación de apoderó tambien de la madre.
Casi sin darse cuenta salió de la iglesia y al llegar al patio tropezó y cayó, pero ya el fuego había afectado gran parte del cuerpo. Por fin la madre la alcanzó y se avalanzó sobre Asunción, la cubrió con su ropa y sofocó el fuego, pero era tarde. La poca tela que no ardió quedó pegada a la piel quemada. Solo la cabeza, el cuello y una mínima parte del torso se salvaron, pero tragó fuego y quizás le afectó los pulmones.
De la casa salió don Teodoro alarmado por el grito de su esposa que observaba desesperada a su hija que no respondía a sus llamados.
La llevaron al puesto sanitario que está al lado de la estación del tren en Trinidad, ubicada a unos mil metros de la iglesia, frente a la quinta del presidente López. Ahí la recibieron el doctor Esteban Cordall Zavala y la enfermera Lucía Franco, le hicieron los primeros auxilios y quedó internada.
-Este caso es muy difícil- fue el primer diagnostico del médico cuando entregaba su informe a don Teodoro.
-Doctor sálvela- fue lo único que atinó un afligido padre.
Una hora después llegaron el novio de Asunción y sus padres, todos llorando la desgracia y buscando respuestas desesperadamente. Nadie podía decir lo que ellos querían escuchar, además no era ya necesario, el desenlace se percibía, ahorraba las palabras.
-Quiero verla- dijo Juan Antonio
-Ahora no se puede- respondió la enfermera.
-Por favor, permítanme, no quiero que se vaya sin verla, sin acariciarla-
-Veré que puedo hacer-
Desapareció tras la puerta del médico y al minuto retornó.
-Adelante, pero solo un instante-
Se animó y entró a la habitación, el ambiente olía a carne quemada. La vió acostada, exhausta casi sin vida. Escaparon algunas lágrimas, se acercó a unos pocos centímetros de los labios de su novia y le habló.
-Que me hiciste mi amor?...porque esto? ...que pasó? ... no era que me ibas a dar muchos hijos? ... y ahora, que hago?- solo el silencio respondió, ninguna de sus preguntas eran respondidas. El eterno vacio de apoderó la sala, dos personas que horas antes se iban a jurar amor eterno, intempestivamente cambiaban de escenario, y el mas desgraciado, el impensado, y terminaban enfrentando la muerte indeseable a una vida de profundo amor.
Se acercó, sus labios rozaron los de Asunción, y tras el suave beso que consumaba su matrimonio dejó escapar una frase que revelaba todo el amor que profesaba a su novia –nunca dejaré de amarte-. Creyó verla sonreir, o quizás esa imagen quería guardar en su adolorido corazón.
Dos días mas tarde un funcionario del puesto de salud llegó a la casa de los Carrillo con un mensaje del médico –quiere conversar con ustedes- dijo y se fue. Cuando los padres llegaron estaba esperando Juan Antonio, o mas bien nunca abandonó el lecho de su amada.
-Creo que sus pulmones están llenos de ceniza, carne quemada y agua, ya no resistirá más tiempo- fue la sentencia del médico.
Don Teodoro abrazó a su esposa, quería fuerzas, aquella energía que doña Clemencia le transmitía cuando la política lo perseguía, pero esta vez no encontró en ella mas que el mismo dolor que a el lo consumía; por primera vez su Clemencia estaba tan destrozada como el. Una hora después Asunción dejó de respirar, su corazón no soportó tanta presión y se negó a seguir luchando.
El periodo de luto fue muy largo, muy duro y triste. Doña Clemencia sacaba todos los días el traje de novia de su hija. A Juan Antonio no lo veian hace mas de dos años. La muerte de Asunción unió a ambas familias, pero repentinamente el novio dejó de frecuentarlos. Clemencia hasta llegó a pensar que el joven logró rehacer su vida. –Tiene derecho y es de buena posición social y económica, así es un poco mas facil- comentó mas de una vez.
Se fueron tres años, que para los Carrillo fueron eternos, pero la vida debia seguir. Don Teodoro llegó hasta la pulpería de don Adolfo Saguier, en la calle de la Rivera, a 200 metros del hotel Embajador. -Buenas tardes, podría servirme una cerveza, jhacú etereí- (estoy acalorado) dijo el visitante.
Mientras esperaba una sombra de un hombre le llamó la atención, giró la cabeza y vió a una imagen conocida, un hombre avejentado, ajado, con barba muy tupida y desarreglada, con evidentes rastros de una vida muy golpeada, huellas de producidas por consumo de alcohol y ojos perdidos en la distancia, como esperando aparezca en el horizonte; a alguien a sabiendas que nunca llegaría. Era un hombre joven con apariencia de anciano. –Pea picó nda jhaei Juan Antonio... si jha’e- (ese hombre no será Juan Antonio?) preguntó y se respondió el mismo Teodoro, pero no hizo nada más no se animó, tomó su cerveza y siguió su camino.
Tres meses después don Teodoro leyó en el semanario Eco de Paraguay que un señor de nombre Juan Antonio Zepeda y Castro Bermejo cansado de vivir se lanzó a las aguas del rio Paraguay. Fueron al cementerio a visitar su tumba y al pie de su cruz estaba escrito en una lápida de madera: "Ya no quiso esperar mas tiempo y fue al encuentro de su Asunción".
Después de decir una oración al pie de la sepultura, don Teodoro dejó escapar un alivio, un triste alivio, -ya están juntos, ahora serán felices, tal como lo planearon, ahora ni siquiera el terrible fuego podrá alejarlos-
Doña Clemencia dejó escapar de sus ojos gruesas gotas de agua purificadora, levantó la mirada al cielo y creó ver a su hija feliz, riendo con los angeles y abriendo los brazos para recibir a su amado que fue a su encuentro.
* De la vida real
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