Ya no juega no contempla, no sonríe, su tren partió hace tiempo. No se pregunta por qué alcanza las estrellas y las deja sumergirse en su plexo como espinas extraviadas. No busca el refugio articulado permite que el silencio se haga cargo. Su voz es la mirada, es el sonido del mar a medianoche y un barco solitario. Ni siquiera es víctima de lo inevitable. Un puño cerrado que golpea el aire viciado de la tarde no puede disipar los fantasmas que ultrajaron sus recuerdos. Su copa está cargada de presagios infalibles. Y cierra todas las ventanas y no le escribe a nadie, nada. Dulcemente oprime el gatillo. (Caballos de fuego lo atraviezan todo)
Texto agregado el 16-01-2006, y leído por 140 visitantes. (2 votos)