Que buena vaina conmigo que no me puedo tomar dos copas de más porque vomito. Pierdo el glamour y la sabrosa borrachera pasa a ser una dormilona en estado de coma.

Ya me ha pasado varias veces. Después de un exquisito manjar, me confío en la buena conversa y se me olvida que a mi boca le encanta parlotear, mi garganta se seca, se cansa y me manda a beber entretenida.

No olvidaré jamás en casa de Philippe donde el delicioso mousse de salmón y espinaca terminó bordeando la poceta y bañando la hermosa alfombrita.

Las dos veces que tomé tequila en México, con un paréntesis de meses, vomité la misma matica.. y la matica no murió. Unos taquitos, que hoy en día extraño.

Después, guardo en mi memoria la vomitona en el carrito del teleférico (mejor no digo el contexto para que mis amigos no me descubran) hermosamente vestida y peinada. Divina fiesta, hasta bailé.... el vino tinto en las alturas que sabía a maravilla me transformó en la Linda Blair del sushi atrapada en un funicular.

Y el sábado en la casa, el pio va y me lleva un delicioso pisillo de chigüire hecho por la sabrosa sazón de su mamá.. y yo, idiotamente a dieta acepté tomar guisky con agua 1, guisky con agua 2, guisky con agua 3... y al rato hablaba con el grillo en una extraña jerga de lengua enredada.. y al rato no valía medio en mi cama que daba vueltas tipo ovni spilberesco.

Ahh! claro y vomité chigüire, para variar.


Mayo. 2003.