Atiendo al teléfono
a la llamada de un desconocido
que tuvo curiosidad.
No es un buen día para la curiosidad.

Decidiendo aún en qué habitación quedarme
me siento extraña en mi propia casa,
extranjera en mi propia cama.
Y me refugio en lo único que me pertenece,
que es este escribir líneas sin delicadeza,
versos que luego ni siquiera me convencen.

Poco queda de lo mío,
de lo que un día no muy lejano fue mío.
Los sitios en los que me retiraba
cuando la suerte me daba la espalda,
los números a los que recurría
cuando todo me parecía demasiado frío...
Nada queda ya de eso.
Nada queda de lo mío.

Y estoy cada vez más cerca de lo que más temo,
la necesidad de mirar hacia otro lado
y reinventar un mundo paralelo
de rimas y folios en blanco.
Quedar atrapada entre las celdas de mi libertad.

Y lo reconozco,
no hago esfuerzos por mejorar
ni me animo a renunciar
a esta angustia existencial.

He vuelto a agarrarme sin destreza
a los pedazos de fracaso
que dejé abandonados en el suelo
de mi decepción.
Construí muros con el viento
y el tiempo se los llevó, los derribó.
A la intemperie, volví a mis viejos vicios,
a darle mi cariño
a mi mundo perdido
de tristeza y silencios,
de versos prohibidos.

Es la vida un barquito de papel.

No me miréis a la cara.