Querida y Dulce Dama:
Es aquí, en este trocito de papel, donde te desvelo mi más profundo sentimiento de amor. Es ahora, en este trocito de tiempo cuando, oh sonrisa eterna, yo te estoy amando. Te escribo desde un lugar tan corriente como cualquier otro, en un día como todos los demás: un martes de lluvia en mis cristales; de amor callado durante muchos años; un martes maldito de melancolía escondida en ilusiones de papel blanco, de folio escrito, de carta secreta para la mujer por quien yo… vivo.
No, oh mi dulce luna, no es que yo en verdad enloqueciera.
Mi amor, sólo era que no me atrevía a expresar mi intenso sentir. Mi fuego era tan rojo que cegaba, mis noches sin dormir fueron tantas que no había tantas y mi imaginación se abrazó a tu cuerpo en todos los segundos del día, del año… del mundo. Oh mi reina, yo, caballero donde los hubiere, ingenioso hidalgo también, jamás pude expresar de ningún modo tan… tan colosal emoción.
No, no es que yo luchara con gigantes y embistiera tan fieros enemigos por pura aventura o por mi razón perdida. No, mi amor, yo sólo lo hacía por ti; para que vieras cuan valiente era capaz de ser y cuan cortés galán descansaría en tu regazo.
Mas, nunca nada de aquello viste. ¿Porqué, princesa, tanto desinterés? ¿Fue acaso el flaco Rocinante quien te produjo tal indiferencia? ¿Quizás mi buen amigo Sancho Panza te hizo sentir vergüenza? ¿O ciertamente fue que este juglar sin canción, esta armadura sin pecho que cubrir, este romántico callado no tuvo cualidad alguna en la que tú, de alguna manera, hubieras podido fijarte alguna vez?
Hoy, martes, cuatrocientos años después de aquello, escribo estas letras desesperadas. Al fin me he decidido a expresar el amargo silencio. Quizás demasiado tarde, cuatro siglos tarde; pero compréndelo, oh Dulcinea del Toboso, yo sigo aquí, yo sigo así, enamorado e inmortal… inmortal de amor por ti.

Fdo: Don Quijote de la Mancha.
Nueve de Diciembre de Dos mil cuatro.