Puedo seguir mirando el cielo por las tardes,
puedo estremecer el viento que se cuela entre mis poros,
puedo sangrar mi historia y la del mundo,
puedo sentarme al costado de la gran batalla.
Es que estos aturdidos despertares después de la muerte,
se vuelven tan ajenos, tan llenos de dimensiones obtusas que los vivos no beben.
Es que estos atardeceres sangrantes ensordecen la memoria, la manosean, le dan formas cadentes, armonías de bronce ardiendo sin tregua.
Suelo despertar por inercia, dormir por cansancios milenarios, indisolubles, enajenados.
Suelo fornicar con la gramática, para entregar un sentido a la pluma sangrante que me empapa la obscura alma.
Quiero un delfín, un unicornio y una espada;
una musa valiente compartiendo las batallas.
Quiero una mirada que incendie mis mas recónditos deseos, los maravillosamente perversos, los que se escondieron cuando chocaron con las estructuras externas.
Aquellos edificios infinitos que nos hicieron caer en silencio, que nos llevaron a una muerte anticipada.
Por cobardía, por deprivación de las ganas,
por hacernos parte del todo, siendo solo espejísmos de la nada.
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