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La imagen

Aquella noche, mientras conducía su automóvil, una brisa enfrió sus manos. ¿Qué poco tránsito esta noche?, se preguntó, mientras buscaba alguna frecuencia en la radio. El camino se hace interminable. No hay carteles indicadores ni siquiera la redonda luna que siempre invitaba a viajar.
De repente sintió como si alguien posara una mano sobre su hombro derecho. El eléctrico escalofrío lo tomó por los pies y subió hasta sacudir su nuca. Por el espejo retrovisor solamente la inmensa oscuridad. Jamás pensó en detener el vehículo, sólo aceleró un poco más.
En alguna oportunidad Aníbal había escuchado que bajo el eucalipto que acompaña la tranquera del campo de Pugliese, a media noche aparece una dama con una gran cabellera blanca y un vestido hasta el piso. No muchas personas la habían visto, pero los comentarios asustaban. También se escuchó algo así como que en ese tramo del camino pasan cosas.
La ruta era interminable. Aníbal aferraba sus manos. No faltaba mucho para pasar frente al eucalipto de Pugliese. El mito le carcomía la cabeza. Según los lugareños Pugliese había sido en vida un hombre de muy mal carácter, acostumbraba a degollar parte de su ganado y beber la sangre en compañía de sus perros. Se ponía furioso y su mujer huía para no escuchar los insultos y soportar los maltratos. De un tiempo a esta parte nadie supo más de su querida esposa.
Traspasando la tranquera de Pugliese, a alta velocidad, una total relajación se apoderó de su cuerpo. El camino continuaba igual, oscuro, misterioso casi tenebroso. La respiración entrecortada empañaba los vidrios.
De repente sintió como si una mano le rozara el hombro derecho. Su mirada se clavó en la butaca del acompañante y justamente ahí vio una figura muy parecida, vestía como él y como detalle la falta de los ojos. Era su imagen. Su corazón se paralizó. Pestañó. La imagen ya no estaba.
Por un instante detuvo el vehículo pero la soledad no lo invitaba a razonar.
Emprendió de nuevo el viaje y cada dos segundos miraba la butaca desesperadamente.
Las apariciones son imágenes producidas por los malos pensamientos, pensó. Debía mantener la calma.
Enseguida, al costado del camino, observó una tranquera con el cartel que decía LO DE PUGLIESE y al costado el enorme eucalipto. No podía ser. Ya había pasado por ahí. No lo podía creer. Comenzó a temblar y a acelerar a fondo.
La penumbra, el pánico y una fría brisa congelaron las manos de Aníbal. Entonces fijó su vista en la butaca del acompañante y ahí estaba su imagen. La observó y quedó inmovilizado.
La figura extendió la mano hacia adelante como señalando algo. Pasó un segundo y el auto se estrelló contra un animal que yacía muerto sobre el asfalto.
Más tarde el cadáver de Aníbal era iluminado por una redonda y dormida luna.

Texto agregado el 15-01-2006, y leído por 128 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-02-2006 áspero, duro, pero q bien relatas. gracias. alecatagon
 
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