Satisfacción

Apresurado crucé la calle. Me alejé con un aire de satisfacción. Veía sin mirar a la gente pasar. Detrás quedó un grito, un llanto y un portazo. También Verónica.
Años de noviazgo bajo el mismo techo. Nuestro amor renacía todos los días. Cada mañana amanecíamos soñando con algún día poder casarnos. Detalles de la boda, invitados, decoración y otros temas formaban parte del desayuno.
Verónica es de esas mujeres a las cuales les cuesta tomar decisiones. Por eso su apoyo en mi.
Su belleza va más allá de su modelado cuerpo. El sentimiento innato, la sencillez de su mirada.
Su expresión juvenil hace que todo el dolor sufrido calme.
Significa mucho para mí dar ese gran paso, el cual va acompañado de una gran devoción y responsabilidad divina.
Pero bueno, aunque sus ojos emanaban felicidad, un rencor cegaba los míos. No tuve opción.
Mis amigos coincidieron en apoyar la decisión. Se acumularon un sin fin de sensaciones, bronca, remordimiento, venganza, rechazo, odio, dudas.
Estamos frente a frente. Una fría sudoración corre por mi espalda. Mi corazón se paraliza. La decisión estaba tomada.
No podría borrar de mi cabeza haberla visto la noche anterior, saliendo de un hotel con su mejor amigo. Las despedidas de solteras tienen esas cosas pensé, mientras la maldecía.
La escalinata del altar se volvió fangosa. La salida no estaba tan lejos. El cura se asombró. Su padre gritó. Ella lloró. La gran puerta de la iglesia se cerró.