El viejo hospital
La temperatura actual es de quince grados. Sesenta por ciento la humedad. Se espera una jornada primaveral. No hay pronóstico de viento. Giro la perilla. Los lácteos aumentaron diez centavos. Voy un poco más a la derecha. No procesan a padre acusado de violar a su hijo. Apago el equipo. Mis compañeros encienden el pequeño televisor.
Caliento un poco de café. Amargo es más rico. El aroma perfuma el ambiente.
Lo bueno del office es que se comenta todo lo que sucede en el hospital. Siempre hay algo para comer, el mate siempre está preparado y no falta la enfermera que imita a la jefa de personal.
Ambo planchado, cruzo el jardín hacia la guardia nueva. Escucho sirenas saliendo deprisa. No creo en el horóscopo, pero quizás pronosticaba que iba a tener un día agitado.
Dentro del predio yace el antiguo sanatorio. Está inhabilitado hace un par de años y próximamente será derribado. Habrá más espacios verdes y mayor estacionamiento.
El viejo hospital, como le decíamos, escondía tras sus gruesos muros y puertas muy altas, el misterio y la agonía de sus fallecidos pacientes.
Las fatalidades ocurrían en pacientes próximos a curarse. Como si el aire del lugar los retuviere para que no dejaran el hospital.
En la mañana del alta, la sorpresa era ver a los pacientes con el rostro deformado de espanto y sin signos vitales. Habían hecho en la madrugada un paro cardíaco no traumático, como decía el certificado de defunción.
La vieja camilla de la morgue nuevamente irrumpe el silencio de los pasillos. El camillero con la miraba baja, pasa por delante de los familiares, quienes lloran desconsoladamente.
-se veía tan bien, murmura un familiar.
En un beso de adiós, al acercarse a su frente, el cadáver exhala un ronco sollozo de despedida, que asusta a los mirones.
Por la noche la muerte se hace presente.
El chillido de una puerta que no se abre. Un foco colgado del techo se hamaca. El ascensor se detiene y la puerta no se abre. Pasos que se marcan en un piso húmedo. Un bebé llora. Su madre lo busca. Un enfermero coquetea lascivamente con la nieta de una agonizante anciana. Sobre una descascarada pared una enfermera pide silencio.
La ambulancia ingresa a la guardia con alguien bañado en sangre.
Un par de guantes y manos a la obra.
Pero bueno, en el viejo hospital las muertes sucedían cada noche. Alguien contó una vez que vio bajar por la escalera una sombra sin dueño. El debate se instalo en el viejo office entre mate y cigarrillos. La sábana de humo flotó por el pasillo y dibujó una silueta amorfa. Ingresó lentamente a una de las habitaciones. Envolvió la cama nueve que daba a la ventana. Por la mañana hubo que constatar el óbito.
Se recibe al accidentado, se entuba, se coloca una vía e inmediatamente lo pasamos a quirófano. Estamos tranquilos. Se puede compensar.
Regreso al office. Tomo un tibio café. En la radio informan de otro accidente en la vía pública. Salimos de inmediato.
Giramos en la esquina. Miro el abandonado sanatorio. Desde el segundo piso, alguien sin rostro, apoyado en una de las ventanas, levanta apenas una mano.
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