El mejor momento de la semana era, sin ninguna duda, la partida de tute. Tras una semana repleta de maquillaje, compras, peluquerías, restaurantes, prensa rosa y demás tapaderas a mis propios anhelos, llegaba el único instante en que aún me daban pequeñas punzadas de emoción en la tripa: el tute.
La competición con mis amigas podía llegar a ser voraz. Era como si todo nuestro abotagado prestigio estuviera en juego en aquellas tardes de misteriosos naipes. Fue uno de esos días cuando sucedió.
Pintaba en oros y sólo me quedaba una oportunidad. Concentrada, tensa e inquieta robé aquella carta de la baraja, fui descubriéndola poco a poco, como un niño con su chocolatina diaria, hasta que apareció, maravillosamente ante mis ojos, la oportunidad: el as de oros.
Sin saber muy bien por qué, la carta empezó a quemarme entre los dedos, sentí un calor tal que intenté desprenderme de ella, pero no pude. De pronto, el naipe comenzó a tornarse oscuro y una nube azulada emergió humeante, concediéndose a sí misma una prodigiosa forma. Era como un pequeño duendecillo sonriente y melenudo, con un elegante sombrero de copa. Se irguió ante mi estupefacta mirada y…habló:
“¿No te das cuenta? Mujer ociosa y millonaria. ¿Es que de verás no te das cuenta? Oh sí, ya lo creo que sí, eres consciente. Lo sabes, padeces deliberadamente tu insatisfecha realidad. ¿Acaso debo recordarte que tu existencia es estática, quieta, sin más sentido ni motivación que el propio disimulo?
Sí, sí, Carente, vacía, hueca. Sin miga ni salsa, plana, lisa, ni alta ni baja. Sin maleficio, sin beneficio, como alguien que te mata, pero no mueres. Sin esconder la mano, jamás arrojaste un solo guijarro. Toreas toros sin cuernos y apagas luces apagadas.
Es por ello que hoy vengo a concederte, mejor dicho, vengo a que te otorgues a ti misma un solo deseo: ¡despierta!”.
Acepté. Acepté y desperté. Mas no ha habido una sola noche en la que no me haya arrepentido. Hoy el toro es de verdad: las astas afiladas como cuchillos y la mirada agresiva, imponente. Me miro y me veo desnuda, sin capote, sin banderillas. Por dios, ni siquiera tengo valor.
Ha pasado mucho tiempo de aquello, quizá demasiado. Sé que ya no hay camino de regreso, pero aún añoro, acobardada en el desierto de mi nostalgia, aquellas largas y maravillosas partidas de tute.
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