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A medio dormir cantando esa mañana el sol se coló entre las cortinas causándole un repentino estornudo mientras el largo pelo terminaba por enredarse sobre la cara tras el último giro de cabeza que acababa de dar sobre la almohada. Esto le causó mucha rabia porque venía a interrumpir su sueño; pero nada comparado con la rabia que le causaba en ese preciso instante oír a los perros ladrar a un costado de la ventana. Imposible seguir durmiendo así. Con los párpados todavía cerrados injurió una y otra vez su existencia apenas sintió el inconfundible sonido de los perros hurgueteando las bolsas de basuras. En el otro dormitorio el sonido inconfundible de los pasos de su pequeño hijo daba cuenta de la eterna porfía de levantarse sin zapatos.
Apenas abrió un ojo hizo una panorámica por el dormitorio pudiendo constatar el desastre de ropa desperdigada, vajilla sucia, sábanas por el piso y comida desparramada sobre el velador. Sobre la tabla del planchado rumas de ropa arrugada sin planchar.
Un escalofrío agrio y una acidez sin precedentes asolaron su humanidad.
Con flojera volteó su cuerpo hasta quedar cara a cara con su marido quien roncaba y babeaba a destajo, sin importarle un ápice las moscas que se posaban sobre su cuerpo. Entre las sábanas su prominente y peludo vientre terminó por sepultar la leve pizca de deseo que le provocaba en aquel momento pensar en la posibilidad de sexo mañanero. Al contrario con el sol pegándole de lleno lo odió intensamente por existir. Pensar en tener que levantarse a hacerle el desayuno, plancharle sus chilpes, prenderle el calefont, actuar de amante y mamá; avivaban sus profundos deseos de estrangularlo allí mismo sobre la cama, o bien asfixiarlo con la almohada hasta provocarle la muerte.
Una y otra vez maldijo su existencia. Maldijo a la hormiga que ese instante osaba mirarla desde el larguero del catre y maldijo a los gorriones que no paraban de chillar en el patio.
No había caso alguno ni vuelta atrás, ni remedio, ni salvación; estaba segura que ese sería uno de aquellos días, así por lo menos se lo presagiaba ese intenso dolor de ovarios que comenzaba a quemar su vientre y que apenas le permitía moverse.
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Texto agregado el 15-11-2003, y leído por 726
visitantes. (20 votos)
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Lectores Opinan |
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06-10-2016 |
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la rutina mata al deseo satini |
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19-11-2005 |
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jaja, y pa´acabarla de de amolar, el marido babeaba y roncaba :( edith23 |
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23-03-2005 |
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jajajaja ¡genial! Muy bien graficado, bien contado, buen ritmo, entretenido de leer. Me gustó mucho. maitencillo |
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07-03-2005 |
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El titulo sugerente me llevo a leerlo y no me equivoque, el tema era el que habia pensado, increible la descripcion, creo que a cada una le ha sucedido algo de eso en esos momentos. Directo al punto, mis *****. tierni |
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18-09-2004 |
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bien amigo cuentero, como siempre...incisivo y exacto... no puedo menos que concederte mi cariño y mis ***** mariafernanda |
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