Con la nariz pegada a la ventana miro como los peatones se intentan refugiar de la traicionera tormenta de verano. El resto de un refresco con hielo me saca de la ilusión de la llegada de mi otoño. Lo añoro ya que con su venida marcha mi soledad. Al poner música aparece “Calle Melancolía”, mala jugada del azar. Bueno, peor sería que hubiera sonado “Quién me ha robado el mes de abril” ahora que ya lo he descubierto y no quiero que me lo devuelva ya que está atrapado “Donde habita el olvido” aunque, no sé como, se las apaña para escapar de cuando en cuando.

Los días se suceden perezosos aunque mi deseo es otro ya que dicen que el tiempo todas las batallas vence. Odio saber que estos momentos son perdidos para mi, que no los recordaré por el simple hecho de que no pasa nada. No sabe la angustia que causó el que inventó el teléfono, a los que sabemos que nadie nos va a llamar. Si después de la tempestad viene la calma, la mía tuvo que ser histórica ya que ha traído este inmenso silencio.

“Y sin embargo” aprendí a convivir conmigo y mis miedos cambiaron de hogar. Que suerte tienen los que me aman porque, como son pocos, tienen mucho para repartir. Doy permiso a la que subjetiva amistad dé paso a un sincero aprecio. Prefiero que los galones sean más bajos pero merecidos. El botín de mi guerra fue mi autogobierno. Y un consejo para los posibles valientes: golpeando una piedra solo consigues dañarte a ti mismo.