Estaba rendida a sus pies; consiguió persuadirme con sus palabras entrañables; alababa mis virtudes de ama de casa como si me conociera de años; decìa que era una Señora respetable que habìa sufrido mucho: cuànta razòn tenìa !!; no se cansaba de admitir el daño que me habìan causado los anteriores y que èl no me iba a fallar; insistìa que los otros habìan carecido de sensibilidad y coraje y que era preciso hacer un sacrificio para volver a creer; afirmaba que su mensaje llevaba implìcito el amor y la paz; que el espìritu de su obra se verìa pronto reflejado en mi alma; que no iba a cejar en su esfuerzo cotidiano para satisfacer mis necesidades; decìa que era el elegido y que su compromiso conmigo serìa eterno; ¡con que seguridad me lo transmitìa!; decìa que con èl llegaba un compañero para mi soledad, justicia para mi hogar y pan para mi mesa; me rogaba que me acerque y lo siga; aseguraba que tenìa mas de un adepto y me puse celosa; sin embargo, su sonrisa me derretìa cuando me señalaba de nuevo; repetìa ruborizado y con làgrimas en los ojos lo mucho que me querìa; que nadie lo iba a apartar de mi camino; a veces cuando dirigìa su mirada hacia el costado yo dudaba; mas en el preciso instante en que su atención volvìa a posarse en mì parecìa querer abrazarme con sus brazos extendidos; sostenìa que su corazòn latìa solidario ante cada sufrimiento mìo; que mis pesarès eran los suyos; que sus carencias eran las mìas; que mis deseos eran los suyos; que el matrimonio entre nosotros no tardarìa en confirmarse…y entonces no pude màs, me animè y me le adelantè: tomè impulso, subì a la plataforma, tomè el micrófono y me sincerè, emocionada: candidato ¡lo he esperado durante tanto tiempo! me acaba de convencer: definitivamente, quiero casarme con Usted.