Aún temblaba como una hoja cuando se sentó en el sillón, miró con ojos perdidos la pistola humeante que acababa de arrojar con el miedo de quien tiene un objeto maligno en la mano; todavía no salía de su asombro mientras contemplaba como la sangre manaba de aquel agujero en medio del pecho del desconocido. Con temor se acercó al cadáver y vió la expresión de sorpresa en su mirada ya sin vida.
Marcó el número de la policía y dió el aviso de que acababa de matar un intruso en su casa; acababa de colgar cuando se acordó de la carta, tomó un cenicero y la quemó en él, fue hasta el baño y limpiandolo con papel higiénico tiró las cenizas por el retrete.
Volvió al salón, miró de nuevo al muerto y se rió a carcajadas, era increíble el error que puede cometer una persona, ¿a quién se le ocurre entrar a robar en una casa cuando alguien está a punto de suicidarse con una pistola?.