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Capitulo dos (parte 1 de 2)

Al igual que las veces anteriores me dirigí al camino de las calaveras. Recibe ese nombre debido a la gran cantidad de cráneos regados por la arena. En realidad la mayoría son rocas talladas por la tribu Tierra; los habitantes de Oasis. La razón por la cual hacen eso, según me dijo el viejo Leo, es para engañar al Señor de la Muerte; el maligno devorador de ánimas. De esta forma en lugar de buscar entre las tribus de los espíritus, se dirige al camino de las calaveras pensando que ahí deben abundar las ánimas que él desea consumir, pero al no encontrar nada regresa a las cumbres de la muerte en donde el tiene sus dominios. Este método también sirve para mantener alejados a los extranjeros.

Como decía, tome el camino de las calaveras. Suerte que había memorizado el camino, ya que es muy fácil perderse debido a una extraña niebla que aparece y desaparece misteriosamente.

Después de caminar por dos días llegue al paso de la serpiente; un estrecho de tierra entre el mar y las montañas. Algo que noté desde la primera ocasión que atravesé ese paso fue que no había serpientes. Leo me contó que en las leyendas antiguas una enorme serpiente llamada Kratoatl, proveniente del abismo al final del mundo, solía pasar por el estrecho, de hecho, fue Kratoatl quien lo creó al demoler la montaña que bloqueaba su paso. Tras un par de horas por fin pude ver el desierto, la parte más difícil del viaje.

Debido a que el sol se ocultaría muy pronto decidí acampar. Entrar en el desierto durante la noche no solo es una locura, es entregarse a los brazos de la muerte. Al amanecer emprendí mi dura travesía. Me interne en el desierto, hacia el sudeste; el calor era agotador pero eso era lo que menos me importaba, lo que realmente imploraba a los dioses es que no comenzara una tormenta de arena. Estas tormentas son muy comunes y resultan mortales; te hacen perder el sentido de orientación y te impiden avanzar, cuando terminan el paisaje ha cambiado totalmente y como suelen durar por horas, el sol ya no es una buena referencia para guiarse. Ni hablar de usar las estrellas, porque en el desierto no son solo las estrellas las que aparecen, también las serpientes y escorpiones abandonan su escondite en busca de presas. Pisar uno de esos animales es encontrar la muerte.

Durante algunas horas caminé despreocupado, seguro de que recordaba la ruta. El sol de medio día no tenía piedad, ya habían pasado seis horas desde que comencé mi marcha. Tome el doble de agua que acostumbraba beber y continué caminando.
Dudas y preocupaciones comenzaron a aparecer, entre más caminaba mayor era mi temor. Por un momento pensé en regresar al paso de la serpiente pero ya era muy tarde, no tenía suficiente agua para lograrlo. Tenía que seguir adelante. Llego el miedo y la desesperación, faltaba menos de una hora para el ocaso.

Yo sabía que si la noche me atrapaba no vería un nuevo amanecer. Presa del pánico bebí el agua que me quedaba y consumí los pocos víveres que había guardado.

-“Ya que voy a morir, lo haré con el estomago lleno” -pensé.

Sin embargo, al mismo tiempo que los últimos rayos de sol iluminaban la arena del desierto, una visión iluminó mis ojos; una caravana se acercaba.
Por un momento pensé que los dioses se burlaban de mí.

Texto agregado el 13-01-2006, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-01-2006 Da la sensación de ser un mudo pequeño, pero lleno de peligros y sorpresa. El lujo de detalles sigue siendo formidable. Un abrazo. Sigo adelante Ikalinen
13-01-2006 va muy bien. este capítulo, mucho más sencillo por ser solo una historia, y no muchas entrelazadas, me parece fresco e interesante. Va muy bien! celiaalviarez
 
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