Súplica al ser infinito, al ente volátil, todopoderoso, omnisciente, que todo lo sabe, todo lo ve y todo lo escucha.
Súplica al viento, que recorre la esfera de norte a sur, de este a oeste, calmando los sinsabores del inclemente sol, cubriendo de un manto blanco y negro al frío final, llenando los rincones indómitos de mi vida.
Súplica al océano, que cubre la superficie de mi existir, condimentando sus azules curvas con polvo salino, para demostrar que nada es puro, que todo puede ser corrompido, incluido el incorruptible mar. Aquel que refresca, que empapa, que ahoga, que danza eternamente al compás de la luna.
Súplica a la luz, que ilumina el andar, que ilumina mi cabeza cuando pareciera que la oscuridad ahoga el grito desesperado de ayuda, que logra desnudar las más grandes virtudes, así como las más pequeñas imperfecciones que intente uno esconder.
Súplica a mi engaño, que no logra esconder mi ternura, mi entereza y mi amor, que no logra hacer caer mi esperanza, ni mi consuelo. Que no logra levantar mi desolación ni mi resignación.
Súplica al cielo, compartido por aves, nubes y aire. Que nos vigila cauto, expectante y majestuoso, como una enorme madre, con sus brazos abiertos para cada vez que deseemos entregarnos a su voluntad.
Súplica a mi inteligencia, que se esconde bajo un pantano de desidia e inercia. Que se vuelve inoperante ante la desgracia, que no logra despertar sino en su momento más desierto.
Súplica a la soledad, que me observa, que me vigila, que me espera. Que crea momentos de intimidad y que ayuda al discernir.
Súplica a mi desamparo, que me acompaña en momentos como éste, que aparece y reaparece como una jaqueca un domingo en la mañana.
Súplica a mi llanto oculto, que es poco conocido, que aparece para las grandes ocasiones, que se oculta ante mi propia desgracia y que es signo de entereza y dignidad.
Súplica al sol, que encandila cada vez que trato de alcanzarlo, que nos abandona a la oscuridad y nos hace desconfiar, para aparecer imponente en cada alba.
Súplica a la lluvia y a su innegable encanto. A esa lluvia fina, que deleita y hace que las ganas de caminar por una calle sin fin aumenten con efervescencia. A esa lluvia gruesa y gorda, que se impregna en uno y hace que las lágrimas de regocijo se confundan. Que empalaga mi tacto, mi gusto y mi sed.
Súplica a mi dolor, que me envuelve como llagas anhelosas de placer mórbido. Dolor que me corroe, que me convierte en lo que no soy, y que me crea de nuevo.
Súplica a mi cariño, que logra ponerme de rodillas e implorar, que logra que traspase las fronteras de todo impedimento. Cariño que es infinito, imperecedero, que inspira mi cabeza y me hace soñar.
Súplica a las estrellas, firmes, eternas. A ese polvo mágico que fecunda la noche despejada y la convierte en un descomunal manto de oscura belleza. Estrellas que destierran al deslucido cielo crepuscular y encienden el firmamento así como los corazones.
Súplica al tiempo, que no descansa, que no se deja atrapar, que huye despavorido por avenidas vacías, por ciudadelas muertas. Tiempo que no se inmuta ante su propio paso, galante y a la vez presuroso.
Súplica a la noche, que me abriga, que me envuelve y me hace invisible ante el ojo ajeno, el ojo inquisidor, que me hace sentir pequeño e insignificante.
Súplica a mi fe, inconstante, variable como las horas y lúgubre como la noche eterna que se me avecina.
Súplica al futuro, que no se deja ver, que se escuda en la incertidumbre de la gente, en las esperanzas del pobre, en los anhelos del viejo. Futuro que me tiene en carpeta para cumplir sus extraños requerimientos.
Solo, sentado en mi habitación, suplico a todos estos elementos, que se reúnan por única vez en mi favor, para cumplir mi solicitud y así poder seguir con un anhelo. Entrego mi vida, y todo lo que me compone como ente humano, vivo y pensante a favor de este favor, único e irrepetible.
Convoco a todos los elementos, en esta súplica final, en el desierto en el que me encuentro. Esta será la última súplica, que pondrá fin a mi existencia actual, y que logrará su trascendencia con el correr de los años, con el correr de las alegrías, de las penas y de la infinita sabiduría que conlleva mi entrega.
Considero esta súplica mi último deseo, que de ser concedida, alivianará mi carga, y me entregará la paz tan ciegamente buscada. |