Cuando la descubrí frente a la puerta de aquel hostal, en el número 17 de Botín de Cuchilleros, en la medieval ciudad española de Toledo, inundaron mi mente sinfín de recuerdos. Recuerdos que enseguida se transformaron en sentimientos contrarios, porque a la emoción de volver a encontrarme con aquella mujer se oponía el dolor de restregar heridas apenas cicatrizadas.
Ella se ocupaba en mirar la carta del restaurante. En Madrid me habían recomendado que no dejara de pasar por el Hostal del Cardenal, que encontraría en aquel lugar uno de los mejores restaurantes de Toledo. Lo que nunca me advirtieron fue que el destino me tenía preparada una sorpresa.
Habían transcurrido tres años y meses desde aquella noche, cuando la miré frente a mí recordé su rostro el día en que me pedía tiempo para pensar sobre nuestra relación. Luego de seis meses de vivir juntos, simplemente decidió que no estaba segura de amarme, que tendría que meditarlo, así que lo consultaría con la distancia y con el tiempo, sabios consejeros. Además, podría dedicarse a terminar su carrera de arquitectura.
Y allí estaba ella, frente a mí... Por un momento dudé, pensé en huir, en alejarme antes de ser descubierto por ella, pero al final, el sentido común me aconsejó hacer a un lado la cobardía, no desperdiciar aquella oportunidad, enfrentar la posibilidad de ser rechazado nuevamente. En el peor de los casos me serviría para desenraizar algunas esperanzas que aún quedaban en mí.
Con la premura del momento no acertaba a decidir sobre el saludo más adecuado para la inesperada, pero muy afortunada situación, así que opté por mostrarme despreocupado y símplemente le dije. colocándome a su espalda y no sin antes tragar saliva, pues llegué a temer que la voz no saliera en el último instante:
--¿Algo sabroso para comer?
A un primer semblante de asombro le siguió un rostro sonriente, refulgente, también complaciente, hasta diría que pletórico de agrado por el encuentro. Apenas se repuso de la sorpresa preguntó.
--¿Qué estás haciendo aquí?
--Bueno, busco un buen lugar para comer.
--Sí, eso es obvio, conociéndote como te conozco, se entiende que buscas un buen lugar para comer, para bien comer, desde luego.
--Predecible como siempre... quieres decir.
--Ordenado y glotón como siempre, más bien. Sabes que nunca dejé de admirar esa cualidad del orden que tú tienes, cosa que en mí definitivamente no se da.
--Eso es un halago...
--Es... --una luz de alerta debió encender en sus adentros y le hizo cambiar el rumbo, parecía que trataba de evitar alguna palabra que no deseaba pronunciar --es tarde y...
Pero me adelanté para que no fuera a decir algo que nos volviera a separar; es que, para entonces ya estaba convencido de algo: tratar de reconquistarla sería lo mejor, aunque fuera sólo para no reprocharme después.
--Y como es hora de comer, y ambos buscábamos un buen sitio para ello, y coincidimos en el mejor lugar de Toledo, qué te parece si entramos, elegimos una buena mesa y degustamos un platillo de perdiz estofado, que me han dicho que es la especialidad de la casa...
Por un momento temí escuchar una disculpa, uno de esos pretextos que brotan tan expontáneos para salvar una situación indeseable, pero después de un instante que me pareció una eternidad, escuché un sí, aunque algo tímido, que me devolvió la respiración.
Yo ordené la perdiz estofada, cocinada a fuego muy lento y servida con patatas al vapor. Ella se dejó conquistar por el cordero asado, ¡mmmm...! manjares que parecían arrancados de un bodegón de Velázquez.
En tal ambiente medieval, rodeados por románticos jardines, junto a la Puerta de Alfonso VI; envueltos por el embrujo descrito por Bécquer o Galdós, embrujo que fue plasmado por El Greco en sus lienzos, transcurrió una deliciosa tarde, sin que faltara un buen caldo, como llaman por allá al vino de buena cepa, y claro, nos decidimos por un Rioja suave y fragante como un claret de Bordeaux. Como postre degustamos los famosos mazapanes de Toledo; ya para entonces me había enterado que estaba preparando su tesis profesional, el tema era la conservación y restauración de monumentos del medioevo, y qué mejor lugar para empaparse de conocimientos sobre el tema. Yo, por mi parte, le comenté que había pernoctado en Madrid -era Primer Oficial en una aerolínea- y aproveché la ocasión para escapar y conocer la amurallada ciudad, sitio que siempre admiré por medio de un sinfín de ilustraciones coleccionadas durante mi infancia y mi adolescencia. Viajar fue siempre mi gran ilusión, por eso me hice piloto aviador. Era la primera ocasión que cruzaba el gran charco, el Atlántico, antes, siempre me habían asignado a rutas cortas. Así llegué a Madrid, tenía dos días de espera para suplir a la tripulación del Boeig 747 que haría el vuelo de retorno.
Luego que terminamos de comer y disfrutamos una agradable sobremesa, pensamos que para digerir tan abundantes manjares lo mejor sería recorrer a pie las calles de Toledo, visitar sus monumentos históricos, sus murallas, y tal vez topar con algún caballero andante, ¿por qué no el caballero de la triste figura en pos de su Dulcinea del Toboso?
Comenzamos nuestro recorrido por la Puerta de Bisagra, el principal acceso a la ciudad, primera puerta que encuentra el viajero cuando llega a Toledo... ¡Toledo, todo un lujo que tiene España! De orígen musulmán, reconstruida en 1575 por Carlos I, es una puerta admirable, con su gran escudo imperial de la ciudad en una de sus caras, y en la otra, el escudo de Carlos I.
Después, en la catedral conocimos una valiosa colección de Grecos; nos maravillamos con la cúpula que construyera el propio hijo de El Greco en la capilla mozárabe, igualmente su sacristía, con unos fondos de valor incalculable. El Coro, la Sala Capitular, el órgano del arzobispo, las rejas de Domingo Céspedes; su imponente retablo mayor, sus vidrieras y todo lo que hace de este templo un museo entre museos.
Como lo hace todo turista, nos retratamos ante la Puerta del Sol, obra mudéjar del siglo XIV construida sobre una torre albarrana, levantada entre los siglos X y XI. En el centro de las arquerías ciegas vimos los fragmentos de un sarcófago paleocristiano del siglo IV con una representación de las Negaciones de Jesucristo y San Juan Bautista.
De pronto nos sentimos como si lleváramos toda la vida juntos, era como si los tres años de alejamiento se hubieran borrado, como si se hubiese tratado tan sólo de una pesadilla que nadie quería recordar.
Tal vez haya sido el ambiente romántico, quizá el amor que despertó, pero ante el soberbio Alcazar, mientras admirábamos su patio de dos plantas con capiteles corintios, aprovechando una situación circunstancial deposité un beso en sus labios, beso que recibió con cierto resabio, pero de inmediato, queriendo componer mi imprudencia y su rechazo, comenzó a ilustrarme sobre los estilos arquitectónicos que se mezclan en tan soberbio palacio.
--Observa las diferentes fachadas, todas son desiguales en estilo y época: la oeste, renacentista; la este, medieval; la norte plateresca; la sur, de estilo churrigueresco, además del patio en donde nos encontramos, que tiene un estilo corintio.
Yo la observaba conforme hablaba. Ella comenzó a reflejar algo de nerviosismo, siguió explicando sobre los tres incendios que han destruido esos muros, sobre las reconstrucciones y... en un momento dado, comprendió que no podía seguir evitando el tema.
--¿Por qué lo hiciste?
--No puedo decir por qué, creo que me dejé llevar por el momento, debo disculparme...
--¿Sólo fue eso, el momento? ¿Sólo eso?
Pude haber dicho que sí y hubiera sido todo. La cabeza me dio vueltas, no acertaba a encontrar las palabras, mi boca quería pronunciar unas, pero mi corazón estaba listo para lanzar otras. Al fin, rompí el silencio:
--Sabes bien que no, sabes que me dejaste cuando más te amaba.
--Pero, ha pasado mucho tiempo.
--Tiempo que no ha podido destruir este amor.
--¿No hay nadie... tal vez alguna azafata, alguna amiguita?
--Nadie como tú.
Nuestras miradas se entrelazaron; como si una fuerza electromagnética se hubiera desarrollado de manera repentima, nuestros labios se atrajeron, se unieron, nos elevamos al universo. Ha sido el beso más largo y más profundo que en mi vida he experimentado.
Y cuando por fin lo cortamos, ella reaccionó.
--No, espera... esto no puede ser.
--Pero, dame una razón, qué es eso que nos separa, ¿alguien en tu vida?
Inclinó ligeramente la cabeza, se mordía los labios, creo que mi corazón se paralizó a la espera de una respuesta que podría ser definitiva... al fin, se decidió a responder:
--No lo sé... tal vez sí, tal vez no, creo que estoy confundida, no me preguntes más.
--Es que no puedes seguir viviendo así, lo mismo pensabas de nuestra relación cuando te alejaste. No lo creo, me parece imposible aceptar que no puedas tomar una decisión tan importante para tu vida.
--Ya me conoces, estoy medio loca; si te sirve, ni yo me entiendo... es algo que hay dentro de mí, algo que no he podido identificar... pero allí está y no lo puedo aislar, me resulta imposible ignorarlo.
Una gran angustia me invadía mientras la escuchaba hablar, allí estaba ella, la amaba y me amaba, pero ¿cómo hacerla entrar en razón? Sentía ganas de gritar, quería patear cuanto veía, hubiera embestido a los mismísimos gigantes del Quijote... fue cuando escuché las palabras más terribles de toda mi vida:
--Lo mejor será despedirnos aquí, no quiero hacerte más daño.
Y dándome la espalda comenzó a caminar, yo la miraba sintiéndome impotente... su andar era seguro; haciendo un gran esfuerzo grite:
--¡Tania, no te vayas... Tania, regresa!
Pero ella no escuchó, siguió caminando por aquellas calles estrechas, calles llenas de historia, calles que desde aquel día encierran otra gran historia, mi triste historia.
Caía la tarde cuando dio vuelta en el cruce de la avenida y mis ojos derramaban lágrimas, mi alma se estremecía por el dolor. Y resonaban dentro de mí sus últimas palabras: "no quiero hacerte más daño"... ¡como si su alejamiento no me estuviera matando!
La primera vez que me dejó pensaba que volvería, siempre conservé la esperanza, pero esa vez, mientras las sombras invadían los tesoros de Toledo, y ella ampliaba la distancia a cada paso, seguro estaba que no la volvería a ver. Esa fue la última imagen de su cuerpo, maravilloso cuerpo grabado en mi mente.
No sé cuánto tiempo permanecí en ese lugar, pero cuando comencé a caminar, el Puente de San Martín, la iglesia de San Juan de los Reyes y el Monasterio, la Sinagoga de Santa María la Blanca, la iglesia del Cristo de la Vega, la de San Vicente, la de San Miguel o la de Santiago del Arrbal, y un sinfín de joyas arquitectónicas fueron quedando atrás sin que las tomara en cuenta. Caminé muchas horas por las calles de Toledo, entró la noche y seguí caminando como una sombra más.
Hoy se cumple un año desde aquel día; aquí estoy, en el Hostal del Cardenal bebiendo un vino de Rioja, sintiendo su presencia y llorando su ausencia...
Amigo, cuando visites Toledo no dejes de dar una vuelta por el número 17 de Botín de Cuchilleros, si la ves mirando la carta, dile que puede volver a casa, que aún aguardo su regreso...
* En Cancún, costa mexicana del Caribe.
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