¿Que siente un soldado, cuando parado como una estatua viviente, aguarda fríamente el desfile imperturbable de horas y horas, sobre su misma cara?

Acaso, ¿Hemos pensado alguna vez, que sucede por la mente de ese soldado, cuando atravesamos por una garita de algún cuartel citadino y enfilamos nuestras miradas hacía otra enjuta, que reclama espacio para sacudirse una jaqueca o cualquier molestia que empedernida le retruca su poder y en donde la impaciencia converge en la amargura?.

Uff,..¡Claro que no!

¡No lo pensamos jamás! de suerte en la desventura de ese pobre muchacho que pertenece a un status cualquiera, generalmente del rango mas humilde y aunque lo apreciamos a veces, lo desdeñamos, sin querer, la mayoría a de ellas.

Si nos detenemos con minuciosidad a franquear una mirada profunda por el alma de ese soldado, seguro que encontraremos cierta tristeza y frialdad en la mayoría, pero restos de amargura en otros, con una particularidad increíble en cada uno de ellos y es que sortean con habilidad, los difíciles momentos que les toca vivir en tiempos de paz.

Porque de eso se trata, cuando hay guerra, las navajas del desasosiego y el indeseado miedo por compañero, se aplacan con el patriotismo, el nacionalismo y la pasión por los ideales aprendidos y sembrados hacen del soldado, el verdadero protagonista principal de ese films macabro, que nos colocan todo el tiempo en el umbral del fin de la humanidad, aquellos llamados perros hambrientos de la guerra.

Pero, aquellos países ajenos a las guerras, no por que no lo deseen, sino por inapetecibles e improbables y en el que se ejerce el cumplimiento militar obligatorio, el infortunio mayor para un hijo de cualquier familia acomodada y rica, es que su hijo sirva a la patria. Es como una enfermedad infecciosa que hay que evitar; ¡Es inconcebible!

El rostro de aquel soldado en la garita, desdibuja la imagen del servidor de la patria y hace del soldado, una pintura en un lienzo de miseria, pobreza y desventura en donde se refleja, la inmadurez y la incapacidad de los organizadores del estado, para desalojar y erradicar para siempre, ese sentimiento tan desdichado que se tiene de ellos, en el cumplimiento de su deber.

Ahh, perdónenme si estimulo y alimento la hipocresía en algunos, pero se me olvidaba, que si pensamos en aquel soldado que teje fantasías despierto y recoge amarguras como sutil y dulce premio, lo hacemos con dignidad deseando que, ojalá ninguno de nuestros hijos, pobre o rico, esté parado en aquella garita ... ¡Soñando!