Todo se dio para que nos cruzáramos. En vez de salir a la mañana al centro, salí a la tarde y me quemé bajo el sol esperando la micro. Tuve suerte y justo me bajé frente al Museo de Bellas Artes, cerca de la tienda donde encontraría esas poleras fuera de serie. Las encontré, pero su precio me hizo rechazarlas. Mi caminar empezó a ser lento porque justo traía puestas las sandalias que rompen parte de mi pie y lo sabía. Nunca en mi vida he sido tan perspicaz. Tratando de encontrar una numeración en la calle Huérfanos, hallé la tienda donde vendían el disco de un grupo nacional escasamente conocido. Al salir, el calor comenzó a fastidiarme y fui a buscar algún paradero cerca de donde estaba. Llegué a la calle Bandera y ¡suerte la mía!, estaba en reparaciones. Tuve que devolverme e ir hasta Mac-Iver. Pasando por detrás del Teatro Municipal, se cruzó ante mí. Era él que no veía hace tanto. Lo pude mirar por segundos, pero como en una película, puse pausa y lo observé. Caminaba ensimismado, como siempre, fumaba, llevaba una polera negra, un corte de pelo inusual y lanzaba un papel al suelo. Me sorprendí al verlo, ¿cuántos años ya?, cuatro y no quería que me viera. Avancé y miré que cruzaba a la calle opuesta a la mía. A pesar del dolor de mis pies, mi andar se agilizó y no miré hacia atrás, no quería volver a los recuerdos que compartíamos. Esperando la micro me decía muchas cosas y me sorprendía de otras. A veces me pregunto qué fue lo que nos enamoró o porqué yo no me enamoré como él. Mientras subía a la micro lo vi pasar. Otra vez nos volvimos a cruzar. Otra vez que me fui sin decir adiós.