El señor director medita. Ya se acerca un nuevo 25 de Mayo, se cumplirán 130 años desde la gloriosa revolución gestada por aquellos hombres del ayer. Su pecho se inflama de patriotismo, y piensa, piensa en los párvulos desgarbados que pueblan la galería del establecimiento educativo sobre la calle Perú. Piensa en el acto a realizarse el sábado. Piensa en el honor y el homenaje. Por la ventana llega el rechinar del tranvía, su campanilla advierte a los transeúntes de su paso. Asomado a la calle, ve pasar la gente, la mayoría portando en su solapa los colores patrios. Surcan el cielo innúmeros gorriones y palomas, y en un momento, el destello de la inspiración se enciende en su mente. ¡Qué más glorioso espectáculo que el vuelo de las aves, elevándose hacia el firmamento, metáfora del vuelo libre y señero de ésta gloriosa Nación!
La instrucción prende rápidamente, el componente lúdico no escapa a los docentes, los maestros hablan con los niños y transmiten la consigna, y desde el día siguiente, y durante toda la semana, hordas de improvisados cazadores pululan por las calles, con redecillas y trampas, capturando vivas a cuanta ave se cruza en su camino. El jueves, dos docenas de canastas de mimbres adornan una esquina del patio, a la sombra del alero. De su interior brotan, jocosos pero enojados, el piar de un par de cientos de avecillas.
El director inspecciona el resultado de la cacería, y se regocija por anticipado del espectáculo que ofrecerá a padres, maestros, autoridades escolares y alumando por igual. Sin embargo, al asomarse al interior de uno de aquellos canastos, el pardo y descolorido espectáculo de los ubicuos plumíferos lo defrauda un tanto. Imagina una nube oscura elevándose desde el patio de la escuela, y se da cuenta que a éstas aves les falta la gallardía que otorgan el celeste y blanco. Pero por algo él es el director, un hombre letrado, avalado por un sinfín de diplomas y certificados (Su legajo completo ocupa todo un mateo y los caballos piafan sudorosos para arrastrar tanto aval de un lado a otro). Inmediatamente imparte una nueva orden y se retira. Durante el día viernes los alumnos ejecutan diligentemente las instrucciones recibidas.
Llega por fin la mañana del sábado, 25 de Mayo de 1940, varios centenares de personas pueblan el recinto escolar. El inspector de la Dirección de Escuelas, el cura párroco, el director y su plana mayor ocupan el estrado. El director sonríe, pícaro, regocijándose por la sorpresa preparada. Se suceden los discursos, algún número vivo, el himno, la bandera. Un crescendo de fervor patrio va encendiendo las almas de las presentes, y llega el momento cúlmine, sublime. Avanzan los niños con los canastos, se leen unas últimas palabras alusivas, y a la voz de "ahora! vuelen en libertad!" son abiertos simultáneamente los canastos.
De su interior, desesperados, intentan alzar el vuelo la mitad de los gorriones, pintados de celeste y blanco. Algunos logran elevarse un metro, yendo a caer patéticamente sobre los presentes, agobiados por el peso de la pintura, envenenados, destruída la aerodinámica de sus emplumadas alas por el pringoso colorante, aún fresco. Algunos se arrastran miserablemente por el piso, dejando rastros albicelestes en el oscuro empedrado. La mitad yace inerte dentro de las canastas, algunos aún boqueando desesperados con el pico abierto. Los padres, los niños, todos gritan espantados por el horrendo espectáculo. En la corrida, los pájaros que estan en el piso son pisoteados y convertidos en despojos de plumas blancas y celestes. Damos fin aquí al relato, y echemos un piadoso manto de silencio sobre el fin, sin entrar en detalles sobre la tarea de limpieza que el abnegado servidor público que ejerce el cargo de "portero", habrá de realizar mañana domingo. |