Hoy hice una larga caminata por el centro de la ciudad. Me perseguían millones de cosas... Gente, nubes, vientos, problemas, tristeza... pero ninguna era tangible como la sombra de ayer. Esa sombra rápida, inmortal y a la vez fugaz, me ha seguido durante todo mi camino de hoy. Me escondí en galerías, plazas rodeadas de gente, paseos que solían ser calles deshabitadas y centros comerciales, buscando mi libertad, buscando arrancar de aquello que me respira en el cuello, me susurra en mis oídos y no me deja respirar...
Después de mucho caminar, encontré un refugio "divino". Entré en una catedral. Primera vez que entraba ahí, y sigilosamente, como si el piso fuera demasiado frágil para ser pisado, me asomé por la gran puerta ante la imagen de la virgen. Me senté en una de las bancas de las últimas filas, y mirando a mi alrededor, hice una busqueda de una imagen amiga... de Dios quizás... pero no había nada. La catedral aquella, fue todo lo contrario a lo que esperaba; no me dió paz, más bien me dió un pánico mayor, tanto que salí casi corriendo.
Después de aquel intento fallido, y con "mi" sombra aún siguiéndome, busqué otra casa divina. No me costó mucho encontrar otra. Una mucho más acogedora, por lo cierto. Nuevamente sentado atrás, con un cristo ahora enfrente mío, me dispuse a tratar de sacar de mi cabeza a aquella temida imagen... Y no pude... por más que intenté, no se fue, no lo pude echar, y lo que es más, me dí cuenta que ni siquiera Dios me puede ayudar... estoy solo.
Me fuí de la iglesia, sin mi sombra... ya nada me seguía... pero ahora, me siento más solo que nunca. Ya ni siquiera está Dios cerca... y son muchas las preguntas que aún están en el aire.
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