Mis pasos andaban en medio de una cabalgata en Cali, en medio de sus estrepitosas y libèrrimas fiestas, mujeres de pieles canelas, botellas de licor viniendo y llendo, hombres con ponchos y sombreros cantando salsa al son de su embriaguez y su tristeza. Caminaba sin saber ni siquiera porque estaba allì, me habìan traido hacìa unas pocos dìas. Meditaba, sin pensar en nada, solo observaba el momento, olìa el aire y grababa todo cuanto me parecìa incoherente en medio de una vacanal desenfrenado. Mi caballo, Clavelito, negro con manchas blancas, me recordaba los caballos de los indios, y al ritmo de su paso trotòn mi visita por la sucursal del cielo se hacìa pasmosa y disfrutada.
No se la verdad que fue lo que paso, mujeres venìan con parejos, niñas caminaban de la mano de sus madres en medio del estiercol equíno, la mùsica ensordecia las mentes màs que liberárlas, de repente lo vi, era el caballero de los leònes o también llamado de la triste figura, con su rocin blanco y flaco, su vasija en la tiesta y su fiel pero degenerado escudero el Panza. Venìan al parecer de una tierra de desiertos pues las manchas de polvo amarillento lo mostraban. Mis ojos y su pupila se abrieron en su màxima expresión, tal vez era una alucinación, él se iba acercando poco a poco, Clavelito parò y agachò su ocico hasta una paja que habìa en el pavimento, un abastecedero urbano para los caballos, el rocín con el caballero andante se acercaba, el sudor me chorriaba por entre las prendas, al parecer a nadie le importaba, la ignorancia del vulgo es descarada y no reconoce la sabiduria ni cuando está en sus narices. Cuando estuvo a menos de un metro pude ver bien sus barbas grises, hay sí su triste figura me entristeció y apeàndome de Clavelito me quise ir a abrazar sus piernas, pero un borracho inoportuno me empujó y me dijo--¡Quite chino!-- caí sin rabia en mis adentros, pero desperté y era mi cama, y al lado de ella el libro de Miguel de Cervantes Savedra abierto, junto a dos tickets para ir a ver toros en la feria de Cali. |