Tenía hermosos planes y constelaciones de sueños deslumbrados. Caminaba entre gente “alamedéica” a paso de flor. Un pensamiento descomunal poseía, y adornaba el embriagador entorno del joven de la cuasi-burlona sonrisa extática.
Yo seguía inmóvil frente al desahuciado basurero público, tratando algo asombrada, de comprender la inusual sonrisa en aquellos labios desolados.
Su mirada ecuatorial pero acogedora impregnaba el aire.
–Son ojos enamorados- Pensé. Y algo abúlica, abandoné la tenaz atención que, segundos antes, le había impuesto a tan magnífica expresión en rostro humano conocido.
Poco me importaba el amor. Quizá algún tipo de resentimiento me alejaba de aquel concepto.
-Desgastar tan magnífica expresión en una mera pequeñez- refunfuñé.
Mi pierna se adormecía, pero pocas eran mis intenciones de moverla, pues estaba inmersa en tratar de desconcentrar la atención proporcionada a aquel inaudito ser.
–¡¡ojos enamorados!!- volví a refunfuñar, mirando la insípida cerámica de la descomunal estación de trenes.
Levanté la vista tratando de llenar mis ojos de banalidad; Maletas, bolsos y paquetes se movían con diligencia. Elucubré que el chico enamorado no realizaría un viaje demasiado largo, pues no llevaba equipaje alguno. O quizá sólo esperaba al verdadero viajero. Quizá algún reencuentro con aquel amor que irradiaban sus ojos.
Mi tren salía en poco más de quince minutos, mas no deseaba moverme del banquillo de espera. Necesitaba saber quien había esclavizado a aquel magnífico chico a un sentimiento tan ínfimo.
-“se ruega a los pasajeros del tren 520, abordar…. Tren expreso 105 en riel izquierdo”- Oí pronunciar a la melodiosa voz por los altoparlantes.
Debía abordar, dejando ir toda esperanza de saber el desenlace de mi incógnito amigo.
El próximo tren era expreso, nadie bajaría al andén. No habría encuentros para mis caprichosos ojos.
Sin embargo, el chico no retrocedió ni un centímetro de su posición exultante. Al contrario, su expresión estalló casi en un llanto de regocijo.
-¿Era de veras amor lo que exhalaban sus ojos?- Me pregunté mientras mi vista se clavaba con más intensidad y énfasis, en aquel interrogante humano.
Sentí nuevamente el altavoz, llamando por última vez, mientras se oía ya, el rieleo del diligente tren expreso. Perdí, entonces, de vista toda concentración por causa del repentino y punzante dolor en mi pierna anteriormente dormida.
De mala manera traté de reanimarla, mientras echaba un vistazo a mi tren y a la demás gente, que por su insipidez habían llegado a transformarse en una mera parte de la escenografía.
Fue entonces cuando noté algo diferente. Un hálito de horror expresaban las muecas de aquellos rostros, antes insensitivos.
Descubrí la mayor muestra de asombro, terror y pánico, en los ojos de una mujer regordeta que clavaba la mirada en un punto colectivamente señalado.
Asombrada por el cambio repentino, deseé saber la causa de tanta atención, sin embargo al volver la vista hacia el tren expreso, que pasaba raudo frente a todos, me tomó algún tiempo enlazar los sucesos para comprender lo evidente.
Sentí que mi rostro se deformaba de manera exacerbadamente igual a la de todos los espectadores. Trataba de modificar inútilmente mi expresión, pero el asombro dominaba mi cuerpo.
La gente gritaba, mientras el tren interminable, no acababa aún, por completo, de pasar por la estación. Mi mirada horrorizada sólo lograba enfocar el sitio donde un instante atrás, yacía el joven de deífica sensibilidad.
-¡¡No era amor lo que expresaban sus ojos!!- fue lo único que logró repetir mi cerebro.
El expreso por fin se alejaba de la estación, y los espectadores se empujaban, los unos a los otros, para tener una buena visión del cadáver destrozado.
No me moví de la pequeña banquita. Sólo pensaba en lo equivocada que había estado y de la noble expresión, del encuentro con la muerte, que había adoptado mi pequeño suicida.
Fue sólo entonces que mi rostro volvió a modificarse. Ahora se asemejaba de sobremanera a la expresión de chico. Estaba más que contenta, de haber podido observar tamaña graficación del alma.
Enorgullecida de aquel magnífico espectáculo, me levanté con dificultad, a causa de la pierna dolorida, y tomando mi equipaje, volví en mis pasos desobedeciendo mis anteriores deseos y a mi propio boleto de tren.
-Tamaña estupidez, ¡¡¡confundirlo con amor!!!!- repetía riendo, mientras salía de la estación. |