Sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba.
Ya lo demostró Garcilaso, ¿qué mejor que la ese para representar el zumbido de los insectos más afanados en su trabajo?

La letra ese nos deja embelesados al aparecer ante nosotros como una dulce salvadora que con su son suaviza las frases que emitimos. Es la sinceridad de los que no se andan con medias tintas, de los que marcan los límites al escribirla al final de las palabras, cual valla que protege un hogar, y son los más osados: se enfrentan a los desafíos de la vida y no temen a los sinsabores que surgen tras un día de soledad.

Gracias a la ese, aprendí a trazar mi primer itinerario: la ese se retuerce, pasa de la soberbia a la solidaridad, de lo supremo a lo simple, en una sola curva. Es la letra de la singularidad, y, al mismo tiempo, la del plural. Suministra a nuestra vida sentido y sensibilidad, como escribió la genial Jane Austen, y con ella comienzan nuestros sentimientos.

Es un sensual sedante que con su susurro nos señala el sendero que debemos surcar para entrar al mundo de los sueños. Sin ella no podríamos saber nada, ni siquiera podríamos aprender a silbar, o a subir a los columpios. Nunca tendríamos una sonrisa en los labios, ni habríamos leído Cumbres borrascosas. Así que, la ese, que representa tantas dualidades, es, sin duda alguna, una de las letras más pequeñas y a la vez una de las más grandes