Sábado 25 de enero, he vuelto a casa, a tu encanto, al recorrido del tiempo dentro y fuera de mi alma, a vos, a tus suspiros, a la locura del destino atrapado entre las pieles, a lo extraño y lo real a la vez, a todo... Solo Dios sabe lo que siento, si es que lo puede sentir como yo lo hago; y sí te quiero, extraño, deseo, siento y pienso entre otras tantas cosas que titilan dentro de mí...
De regreso a la calle Roca...
El timbre sacudió los últimos segundos de la espera que pendían del tiempo, de tu voz y tu fragancia rondando mis fronteras o del esqueleto sigiloso que el destino había tramado para ambos, mientras, mis labios se abrían en un “hola” que lo abarcaba todo...
Y los sueños se extendieron en el aire de tu piel perdida dentro de mi alma, con tu amor recorriendo mis entrañas en un vuelco del destino que asentía con su rostro aquel encuentro. La tarde trasgredió la magia de tenernos y no, de beber al sol tejido en los colores de la habitación entre tus manos y las mías temblando en una sola piel. Amé el silencio recostado junto a ti, tus palabras diminutas de temor enredadas en mis labios, la tersura de tu cuerpo habitando el mío en un inmenso remolino de pasión tangible al absoluto. Y las sombras del pasado se extendieron en el tiempo para darle paso a nuestras vidas, para eclipsar en un instante el tenor de las miradas viéndonos amar; atrás quedaron los juegos de vaqueros, las “manchas” y las carcajadas en las siestas rozándonos el alma. Fui tuya, deseé tu ser en el equinoccio de mi vientre navegando sin un rumbo, bajo tus pupilas rendidas en mi espalda o calmando la mar de mis suspiros huyendo dentro de tu boca en un velero imperceptible. Volé al recuerdo de tus días que yacían a mi lado, saltando las vallas del amor que ya era nuestro y como una niña que lo preguntaba todo me asomé a tus ojos de cristal pendientes de las risas, a la memoria de tus labios ahogados dentro de los míos, inseparables y deseosos. El amor de entonces estalló en los brotes que nacían al borde de este encanto ardiendo en las cenizas del pasado que detonaron el encuentro. Debajo, la sonrisa se instalaba nuevamente en los hoyuelos de tu rostro, como un nido de ternura extrema que me hacia aún más dueña de tu vida, de tu sobrenombre Richi nadando en la memoria, de la piel tendida en los juegos de la calle Roca como una gran evocación de todo lo deseado que ahora murmuraba frases en mi oído. Hoy la tarde se detuvo en mí para entregarme la felicidad y en ella estabas vos atado a los recuerdos, como un mundo inseparable en la historia de mis días conciente y no, de que nunca había dejado de amarte...
Ana Cecilia.
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