I
Nadie puede cambiar el futuro escrito en el lenguaje puro de la vida, nadie puede tan siquiera saberlo…, nada puede alterarlo ni una milésima de su posición, es inquebrantable y eterno, perdido en un mar de llantos e intentos fallidos, perdido en la memoria de los hombre, perdido en sus sueños más entrañables, en la desiderata de un niño, en los juegos de un adolescente. Hace parte de cada uno de nosotros y no lo podemos ver, no lo reconocemos, está oculto en nosotros, en cada rostro, en cada sonrisa, en cada uno de nuestros actos; mezclado en la humanidad entera, desapercibido por nuestros sentidos, perdido hasta que sea visto, perdido hasta que sea descifrado, ¿por quién?, no lo sé, tal vez por un “Dios”, o… por un hombre, un insignificante ser que pueda percatarse de su inicio y del amanecer de la vida misma. Ese hombre ya ha nacido, y en su cabeza está la solución.
Somn d’ Vita, caminaba una noche de otoño por la acera en dirección a su casa, eran las 7:00 y ya había terminado todas las tareas encomendadas por su jefe, estaba alegre, como siempre se sentía antes de dormir hasta el siguiente día y antes de ser perturbado por los deseos de llegar lo más pronto posible. Disfrutaba especialmente de dormir, en esos momentos se dejaba llevar por la enorme ola de deseos que lo movían, era como un niño al recibir su regalo de navidad, era feliz y lo seguiría siendo, siempre y cuando tuviera la oportunidad de ser dominado por el sueño. Su casa – denominada así por respeto al señor Vita – era un pequeño rancho, destartalado y abandonado ubicado a las afueras de la ciudad, estaba compuesta de una sola pieza, única y estrecha que se convertiría fácilmente en la prisión de muerte de un claustrofóbico; oscura en el día y en la noche, sumergida en un olor a húmedo y a moho eterno, que despertaba en los que entraban, un halo de repulsión hacía esas cuatro paredes que parecían no haberse limpiado en años, tal vez desde su construcción.
Muchos le criticaban por ello, porque, aunque tuviera las condiciones necesarias para acondicionarla o mudarse a un mejor lugar, nunca lo hacía y, siempre que se le acercaban comentándoselo, respondía con el mismo aire de desagrado y enfado de siempre: “no necesito más para vivir, solo una gran cama y lo estrictamente básico”, después de esto, se alejaba, se metía en su casa y no salía hasta la mañana siguiente para comprar algunos alimentos. Su vida social en aquel conjunto, al igual que en cualquier otro lugar, era nula, algunos decían que era un “ermitaño” que “debería marcharse a invernar a la montaña”, otros le acosaban para que saliera con ellos, pero el nunca respondía…, era en su conjunto un completo antisocial, la antitesis de cualquiera de las personas de la gran urbe, llenas de deseos de popularidad y de alardear frente a los demás sus grandes “habilidades”. Su vida se desarrollaba entre las cuatro paredes de su casa, la calle que lo llevaba directamente al trabajo y su cubículo en la oficina, no tenía porque preocuparse por los demás y demostrarles afecto, cariño o algo más de amabilidad, porque no era lo que sentía y no había nacido para ello, así también lo pensaba él y no cambiaría mucho mientras nada extraordinario lo obligara a cambiar sus convicciones.
Le faltaba poco para llegar a casa y su sangre ya empezaba a hervir por el deseo incontenible de dormir, se tambaleaba de un lado a otro, esquivando el río interminable de transeúntes que caminaban en masa como zombis hambrientos, despertó esos sentimientos de desprecio hacía los hombre y la vida misma, que tan frecuentemente le asaltaban en esos casos, caminó rápido y en un parpadeo llego a su tan anhelado destino.
Al internarse en el barrio, de callejuelas estrechas y de casas de piedra, la señorita Annie, su vecina, lo saludó levantando la mano, a lo que él con un poco de pereza le respondió con una leve sonrisa, entró a las cuatro paredes de su cuarto, se quito los botines y se derrumbo sobre el colchón enorme que reposaba en el centro del pequeño recinto. Un segundo después, su cabeza pasaba al vasto y enorme mundo del pensamiento humano, estaba dormido y listo para descubrir lo que en esa noche le había preparado el subconsciente.
Sus sueños eran la ambrosia de su vida, eran su delirio y esperaba por ellos la mayoría del día con impaciencia ardiente. En ellos podía descubrir y develar los misterios más confusos, complejos y oscuros de la humanidad, podía encontrar la solución a la confusión humana de lo infinito, podía encontrar las leyes más básicas de la naturaleza, podía entender el Universo entero en un instante, era un milagro extraño, que sólo se veía en sus sueños. Tan extraños eran, que los personajes que aparecían con él, le hablaban, como si de personas de carne y hueso se trataran, le indagaban, discutían sobre literatura, pintura, ciencia, se enfrascaban en los temas más complejos e interminables en la vida real; viajaba de un mundo hacía el otro, conociendo la naturaleza de la vida misma; era libre y, podía ir a donde quisiera, no habían limites ni prejuicios, era el componente de la energía que movía el mundo, aunque fuera solo durante sus noches de ensueño.
Lastima que toda esta maravilla no podía ser tan bella para Vita, porque al despertar todo se marchaba de él, ¡el desgraciado no recordaba nada!, su memoria se quedaba en blanco, desolada como un desierto inmenso sin rastro de vida. Tan sólo experimentaba un gran alivio, una paz que no se comparaba con nada y una leve sensación de haber soñado algo. Aunque algunas veces recordaba hechos o sucesos de sus sueños, estos no contenían nada interesante o detalles importantes, que le dieran la llave para escudriñar más en su interior y recabar en la caverna formada por su pensamiento. Pero poco le importaba, la paz que adquiría le cegaba los sentidos y lo transportaba cerca de “Dios” y en ese preciso instante, se encontraba frente a sí mismo, descubriendo en él, muchas de las cosas que sucedía a su alrededor, las cuales habían quedado empotradas en su cuerpo, como si fuera una enorme esponja que lo adsorbía todo. Era el método de saber que le sucedía y, a veces, de saber que le podría suceder, porque en escasas situaciones lograba establecer su mente con espasmosa claridad, que le revelaba en menos de un milisegundo lo que iba a pasar unos minutos más adelante, era como la iluminación, ¡noooo!, era mucho mejor que eso, era algo indescriptible, fascinante y monumental.
Recordó entonces la eufórica alegría que sintió, cuando una mañana de verano, al despertarse, escucho la voz de la señorita Annie pidiéndole algo para terminar de preparar su desayuno; misma voz que había escuchado en una parte de sus sueños, pidiendo por lo mismo que lo hacía ahora, y cuya revelación no había perdido con la salida del sol.
Vita no era conciente de lo que sucedía en sus sueños, poco o nada sabría de ello, hasta una noche del mes de noviembre en la que se le permitió recordar un poco más de lo que recordaba normalmente. Esa vez logró mantener en la parte consiente de su cerebro, algo que le abriría el camino para cambiar su vida totalmente: de la vita – vida – hasta el sueño eterno – muerte –.
Continuará… |