Un alarido se escuchó a lo lejos, seguido de unos sollozos tétricos de dolor.
La oscuridad más absoluta reinaba en aquel lugar que no conocía, un frío gélido hacia que mis huesos entrechocaran entre sí. Tiritando y en la oscuridad de las nieblas que no me permitían percibir nada de lo que me rodeaba, quise acercarme hacia la dirección de donde procedían aquellos sonidos llenos de tristeza, pero por más que andaba no lograba localizarlos.
Las lágrimas resonaban estridentes en el suelo pero no conseguía alcanzarlas por más que mis pies avanzaran renqueantes y helados, no encontraba la fuente de donde procedían.
La desesperación se apoderó de mi en el momento que creí reconocer aquellos lamentos, sabía que los había escuchado antes, esa forma de llorar, esos alaridos de sufrimiento me eran familiares, pero no podía recordar de quien o de que los conocía.
Avancé a ciegas rápidamente sin pensar que podía tropezar o hacerme daño, ya que no podía ver nada entre aquella oscuridad que me rodeaba, entre las tinieblas que eran dueñas y señoras de aquel páramo tan desconocido y gélido.
Avancé y avancé hacía aquel sonido, pero no lograba encontrarlo, el frío comenzó a agarrotarme todos los músculos, un vaho denso surgía de mi boca, en ese mismo momento no podría ni abrirme la chaqueta ya que los dedos no los sentía, eran como si las manos y los brazos no formaran parte de mí. Los pies me dolían y no podía andar, pero necesitaba encontrar esas lágrimas para poder consolarlas.
Desde que aparecí en aquel lugar lúgubre noté que estaba allí para algo y debía realizarlo para poder volver al calor de mi hogar, al hogar que no recordaba. Solo sabía que aquellos llantos me eran familiares y tenia que encontrar su procedencia.
Pasó un instante, el tiempo suficiente como para que me pareciera una eternidad pero dentro de mí sabía que no habían pasado ni siquiera unos míseros minutos. De repente apareció uno luz, una señal que iluminaba y me indicaba un cuerpo desnudo retorciéndose de dolor, gritaba, lloraba, pataleaba como si sufriera algo peor que el castigo eterno en el más cruel de los avernos.
Me acerqué y contemplé a un hombre, mis manos casi azules por el frío que se apoderaba incesantemente del ambiente se posaron en su espalda, el tacto me resulto conocido, lo abracé y girando su cabeza le miré fijamente.
El frío, la crudeza del instante entró dentro de todo mi cuerpo, inundando mi alma de un sinsentido capaz de estallar en cualquier momento. Las miradas se cruzaron, las expresiones se unieron en un sentimiento unísono.
Me sentí victima de una broma cruel del mismo demonio, estupefacto miré aquella cara desencajada por el llanto.
Me pude ver reflejado como en un espejo, aquel que lloraba desesperado, que sufría de dolor, era mi doble, era yo mismo.
Impulsado por una fuerza que salía de lo más profundo de mi alma me abracé a mi mismo. Note el frío que desprendia aquel cuerpo que llenaba todos los rincones del universo, noté como mi abrazo convertía lentamente el ambiente, calentándose poco a poco.
El calor se fue apoderando del entorno que rodeaba nuestros cuerpos, el horror iba desapareciendo de aquella cara.
Abrí los ojos y estaba acostado en mi cama, nadie se encontraba a mi lado y unas lágrimas resecas brillaban sobre mis mejillas.
Me encontraba mal, los acontecimientos de aquellos días se me habían manifestado en aquel sueño, pero no importaba nada mientras la gente que me rodeaba diariamente no notara el frío que congelaba mi alma y sobre todo mientras me pudiera encontrar, mientras pudiera abrazarme cada noche, eso me hacía saber que finalmente, algún día podría salir de aquel pozo en el que me encontraba.
Solo yo podía ayudarme y saberlo me llenaba de valor.
Desperté muchos días, semanas, meses con lágrimas resecas en mis ojos, noté el frío de aquella pesadilla noches tras noche, pero simplemente sabía que cuando peor me encontraba, solo tenía que seguir los sollozos y mi propio abrazo me hacía ver la vida un poco más positiva para poder seguir despertando.
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