Moral pública y moral individual
Los sistemas sociales son injustos en un mundo que está evolucionando permanentemente, que es perfectible, y que es en definitiva la expresión de las falencias sociales de sus propios integrantes, pero no siempre de los defectos de sus elementos, sino las falencias de sus conductas públicas.
Los sistemas asumen como naturales estas falencias, poniendo en evidencia una escala de valores equivocada.
La moral disociada
Es natural que no nos cuestionemos algo que pocos se cuestionan y que nadie nos enseña a cuestionarnos. Podemos ser personas de buenos sentimientos y ser partícipes de una conducta pública inmoral: exceso de velocidad, faltas menores, beber “socialmente”, arrojar papeles a la vía pública, reaccionar violentamente, insultar, etc.
Existen países con una moral pública muy severa y conservadora -leyes rígidas, apariencias moralistas, conductas civiles ejemplares- pero con una moral individual muy cuestionable (materialista, vana, pervertida, discriminatoria, violenta). De la misma manera que en el ejemplo anterior, un individuo inmoral puede llegar a actuar en forma ejemplar frente a la comunidad, simplemente porque responde a valores naturales con los que fue educado: respeta los semáforos, paga los impuestos, pero le pega a su mujer y roba en la empresa.
Aporte individual a la formación de una mejor moral pública
En el plano personal, cuando hay un reconocimiento de un error que uno arrastró por años sin percibirlo, la primera reacción es lamentarse, arrepentirse y hacer la profunda valoración de las consecuencias del mismo. Luego viene el estímulo de los logros y las conquistas.
En el terreno social el proceso es idéntico. Hoy nuestra sociedad percibe muchos de los defectos que se ha ido imprimiendo en el sistema social político y económico, se lamentan, pero le adjudican a otros las culpas, con lo cual el error no termina de ser reconocido.
El aporte individual es la llave para revertir los valores vanos, egoístas, ignorantes que han sido impresos en nuestra sociedad.
Según Enrique Rojas, la sociedad actual se mide con "dos baremos: hedonismo y permisividad, así como sus dos ramas desgajadas: materialismo y relativismo. Si todo es relativo, si todo es bueno o malo, si nada es definitivo… ¿qué más da? Lo importante es hacer lo que quieras, aquello que te apetezca o dicte el momento. De esa forma, sin una brújula psicológica y moral, queda el ser humano a merced de lo inmediato: traído, llevado y tiranizado por la demanda de lo que se presenta en ese instante.”
Prosigue Rojas: “La moral es el arte de vivir con dignidad, el arte de usar de forma correcta la libertad. Es la ordenación de los actos humanos de acuerdo con la razón y la libertad, pero buscando lo mejor. La moral es la ciencia final de la conducta, que aspira a poner al hombre en la cumbre de lo que puede aspirar”.
La conducta del hombre es el compendio de su inteligencia y su voluntad, en una acción integrada. El objetivo de su acción es “el otro”.
Los basamentos de la moral requieren principios elementales, y el individuo actual se confunde considerando que no tener tabúes es positivo, lo cual es cierto, pero no tener principios es absolutamente negativo.
Cuando todo está permitido una sociedad puede encaminarse al desorden. Cito nuevamente a Rojas: “Uno mismo y los otros dejan de ser personas para convertirse en cosas, para materializarse. La intensidad que la vida requiere se diluye y se somete a las banalidades que piden paso. Ya no se puede ser feliz, pues falla la base: la coherencia interior. Entonces se aspira a formas de felicidad inmediatas, externas como el bienestar, el nivel de vida, el tener y acumular.”
Volvemos al único camino posible: La Educación, propia y de los demás
Nadie aprende valores si no se relaciona con los que los ejercen. Nadie se entusiasma con los valores si no respira esa pasión ética.
Parecería que en la actualidad los valores morales no tienen la misma fuerza conductiva que solían tener. La desacreditación de valores fundamentales como la honestidad, la familia, la justicia, la solidaridad, el derecho al trabajo digno, a la educación, entre muchos otros, así como el surgimiento de falsos ídolos, supuestos éxitos basados en el poder, el dinero o el físico, constituyen un activo factor de disgregación social y decadencia.
La pérdida de valores destruye las relaciones entre las instituciones y las personas, dando lugar a la desesperanza, la violencia, el oscurecimiento del sentido de la vida, por no poder acceder a la más básica de las necesidades: construir vínculos por los cuales sea posible crecer en identidad, pertenencia, madurez y felicidad.
El primer desafío es: rescatar y vivenciar los valores que favorezcan un desarrollo más equilibrado del ser humano, en sus diferentes aspectos y objetivos de vida, con la inclusión de metas esenciales que apunten a la conquista de la tolerancia, el respeto, la justicia y la humildad.
Nieves Granero Sánchez
Valencia, enero de 2006.
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