-Gracias por quedarse conmigo, señorita.
-No tienes por qué darme las gracias. ¿Te aprietan mucho las cintas?
-Un poco, pero está bien así.
-Al principio notarás un hormigueo, pero se regularán en función de tu pulso cardíaco y en unos minutos no sentirás molestias. Cuando me hicieron la prueba a mí, las vendas eran de silicona, imagínate.
La Señorita Engracia no creía que Isabel, su alumna más difícil en diez años de experiencia, tuviera muchas posibilidades de superar la prueba con éxito. Las diez clases de refuerzo habían resultado infructuosas. Su nivel no era comparable ni siquiera a una niña de cuatro años. Sin embargo, cuando estaba relajada, sin sentirse evaluada, creía reconocer en ella signos de una extraña genialidad. ¿Y si los gerentes del centro lo veían de la misma manera?
-Señorita. Me da vergüenza pedirlo pero… me pica la nariz.
-Creo que no debería tocarte Isabel, no dejan hacerlo.
-Por favor, me pica mucho. ¿Para qué respetar tanto las normas si antes de empezar esta prueba ya están gestionando los papeles para deshacerse de mí?
-Cariño, puede que tengas razón. Si por mí fuera te daría un abrazo muy fuerte pero vamos a hacer las cosas cómo deben hacerse. Debes creer que vas a hacerlo muy bien.
-Señorita, usted tampoco cree que lo vaya a hacer bien.
-Creo que lo harás mejor si ambas esperamos que lo hagas bien, aunque sea improbable.
-Autoengaño funcional.
-Eso es. Como te expliqué.
-Entonces sé con todas mis fuerzas que lo haré estupendamente y se sentirá tan orgullosa de mí que me querrá adoptar, porque entre usted y yo hay un vínculo especial, ¿no?
La pequeña Isabel solía usar un humor sardónico y agresivo, completamente impropio para la formación que había recibido. La señorita Engracia conocía su trabajo y siempre respondía positivamente, menos en este caso, que dejó escapar un leve gesto de hartazgo del que enseguida se arrepintió.
Ambas se quedaron un rato en silencio, Isabel con el ceño fruncido, la señorita Engracia sonriendo, hasta que la niña alcanzó un estado de relajación profunda y cerró los ojos. Las bombas empezaron a insuflar oxígeno puro con un suave susurro y las cintas acabaron por convertir a Isabel en una crisálida semitransparente. Una señal luminosa indicaba que la prueba iba a empezar y, por tanto, el sujeto evaluado debía quedarse solo en la camilla de suspensión.
Al salir de la sala, la señorita Engracia tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular su alivio ante el personal de la institución. Era fascinante haberla conocido pero Isabel había agotado todas sus reservas emocionales. Esperaba sinceramente que progresase y fuera feliz, si podía ser, a cierta distancia.
La camilla de suspensión indujo en Isabel un profundo sueño cuya función era reparar el estado de ansiedad que la propia prueba y los últimos acontecimientos habían provocado. Progresivamente, según las ondas beta iban dando paso a las onda theta, la memoria de Isabel quedaba desplegada y sin interferencias de lo aprendido a corto plazo. Por último, en un preciso ajuste entre ondas alfa y ondas theta de baja frecuencia, la máquina fijaba el estado de conciencia laxa que permitiría a Isabel mostrar sus asociaciones más complejas y creativas.
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ISABEL, QUEREMOS SABER CÓMO TE SENTIRÍAS SI FUERAS DESTINADA A UNA INSTITUCIÓN.
“Me sentiría como si fuera violada por demonios de grandes... estoy exagerando. Explicaré cómo es una institución para mí: una institución es plana. Todo allí es plano y cualquier cosa que sobresalga es castigada. Castigada con la crueldad que se alcanza cuando se cree que se hace lo correcto. Yo me tiraría al suelo e intentaría mutarme en un platelminto. Y si la mutación resultase demasiado lenta, permanecería con la cabeza y la pelvis pegadas al suelo. No me movería, aunque me meara. Dejaría escapar mis flujos y cuando el charco de orina empapase mis cabellos, de varios metros de longitud, no haría el menor gesto de desagrado. Tendrían que limpiar mucho a mi alrededor. Esto es una pregunta del bloque de control emocional. Creo que he suspendido”
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ISABEL, SI TUVIERAS CUATRO VARILLAS IMANTADAS, ¿CÓMO REPRESENTARÍAS POR ANALOGÍA CUATRO O CINCO DIMENSIONES?
“Con tres varillas haría una cruz que uniese los lados opuestos de un cubo por sus centros. La cuarta varilla podría esconderla, o no, en una tela junto a la cruz. La cruz estaría asociada, o no, a una cuarta varilla. Entonces les mostraría en varias ocasiones el conjunto cruz-tela… en realidad nunca haría tal cosa porque una analogía es una mentira o por lo menos, una imprecisión. Lo cierto es que no entiendo la dimensión cuántica y el modelo teórico de los caminos unidimensionales que se repliegan ya es obviamente torpe. Podría fingir que lo entiendo pero creo que en realidad es ininteligible porque no existe tal correspondencia con la realidad.”
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ISABEL, DANOS TU OPINIÓN SOBRE LA REALIDAD.
“Siempre he pensado que es absurdamente compleja. Parece obra de la duda constante y la improvisación. Cada nivel mal completado se ve reforzado por otro nivel que multiplica las variables hasta rozar la estabilidad pero sin conseguirla nunca ya que sus infinitos parches la hacen incontrolable. No respeta los más elementales principios de economía, no sé, siempre he pensado que su construcción debería haberse acometido con más… no sé. No lo sé, sus reglas son tan anárquicas… y sin embargo… la parte cuántica que debe haber en mí me empuja a creer que nadie podría haberlo hecho mejor. Es hermosa. No elegante, pero hermosa. Hay algo que llamaría amor en sus principios. Cuando me lleven a una institución la echaré de menos porque si hubieran tenido un poco más de paciencia conmigo podría haberla amado como creo que me ama. Espero que esto cuente en el bloque del control emocional.”
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GRACIAS ISABEL.
La evaluación debería consistir en cinco bloques por lo menos. El abrupto final era un claro indicio de que no sólo no había superado la prueba sino que había resultado ser un completo fracaso. A Isabel le entraron ganas de llorar y de gritar de pánico pero el estado de conciencia laxo amortiguaba las emociones y pronto llegó el estado de sueño profundo.
La señorita Engracia se alegró muchísimo cuando supo que su alumna Isabel había resuelto, si no con brillantez, por lo menos de una manera bastante aceptable uno de los indicadores de la prueba. Se alegró también por ella misma, pues desde que la dejó en la sala de evaluación, flotando dormida, no había podido perdonarse la tibieza de sus intenciones. Su falta de generosidad podría haber conducido a esa niña atribulada pero hermosamente vital a un terrible sufrimiento.
En parte por tratar de superar la culpa y en gran parte por la curiosidad que sentía por Isabel, aceptó el cuidado y educación de su hija María, con la que trató de corregir algunos errores que cometió con Isabel. La señorita Engracia lo hizo bastante bien: María pasó la prueba a los cuatro años de edad discretamente pero de manera bastante resuelta.
La señorita Engracia fue afinando su método hasta dar con las claves maestras en la formación de sus alumnos. Pronto atrajo la atención de sus colegas y la nombraron responsable de cátedras más ambiciosas. La generación de niños de unas décadas después resultó ser, salvo casos perdidos, un referente para todos los formadores de su era. La señorita Engracia se había ganado la confianza de los educadores primordiales y le concedieron un deseo personal que contradecía algunas normas básicas.
Destinaron a su mejor alumno, el mejor de la generación de los mejores, a la misma institución donde habían ido a parar Isabel y María, y de forma excepcional, el pequeño se gestó en el vientre de esta última de una manera indiscreta a los ojos del resto de habitantes de esa institución.
Con sólo tres años de edad, el nieto de Isabel obtuvo unos resultados excepcionales en una evaluación mucho más exigente que las anteriores. Todos esperaban su rápido ascenso pero su amplia actividad en diferentes tipos de centros asociados, bien impartiendo cátedra o monitorizando proyectos de investigación, superó cualquier expectativa.
Si bien su ejemplo es notable, no menos admirable es la fortaleza y pasión que María y, sobre todo Isabel, demostraron cuando nadie creía en ellas. Con el tiempo, pasaron de ser la familia del genial niño prodigio a resultar de vital ayuda colaborando en muchos de sus proyectos. Aún siendo conocidos como un equipo de trabajo indisoluble, las diferencias en el grupo desembocaron en una sana rivalidad en otros cuantos proyectos que emprendieron en paralelo. Las dos mujeres aportaron un punto de vista transgresor e incisivo, incluso llegando a eclipsar en algunas ocasiones, al genial Jesucristo. |