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La Otra


El despertador sonó de forma intempestiva a las once de la mañana interrumpiendo el sueño placentero de Laura. Renato, su esposo desde hacía exactamente un año, siempre se reía de la extraña costumbre de su esposa: programar el despertador para que suene los domingos a las once de la mañana. “Si te vas a despertar tan tarde, no necesitas programar el despertador” le decía constantemente. “La verdad es que soy muy floja, pero jamás me perdonaría perderme toda una mañana por estar durmiendo” respondía ella con una sonrisa coqueta.
Después de estirarse en la cama, se levantó y abrió las cortinas del cuarto. La luz que de pronto ingresaba a su habitación la animó. Renato había salido temprano a trabajar. Laura se preguntaba si los comandantes de la policía descansaban algún día. Ya eran tres domingos seguidos que no podía estar con su esposo. Al ser este un día especial, la nostalgia era más abrumadora. Desde la muerte de sus padres ocurrida unos meses atrás, Renato se había convertido en su único apoyo.
Decidió bajar a la cocina a prepararse un jugo de naranja. Aprovechando que ese día no había servidumbre y sí mucho calor, bajó en ropa interior. Le agradaba esa sensación de libertad.
La casa era grande. Había que caminar varios metros para llegar a la cocina.
Mientras exprimía las naranjas, Laura se contemplaba en el espejo. Sin llegar a ser una belleza, era una mujer atractiva. De apenas veinticinco años, con el pelo castaño oscuro y ojos negros de mirada expresiva, era consciente de que su mayor atractivo físico era su cuerpo, en especial las piernas largas muy bien formadas gracias a la práctica del ballet.
Mientras tomaba el último sorbo del jugo recién preparado, sonó el timbre. Laura de acercó al intercomunicador.
-¿Quién es?
-¡Feliz Aniversario! Soy yo, Patty. ¡Abre rápido que estoy sin auto!
Patricia Montes era amiga de Laura desde los seis años. Habían estudiado juntas no sólo en el colegio, sino también en la universidad. Laura la admiraba, no por su inteligencia, sino por su belleza. Patty era verdaderamente una mujer hermosa. El pelo rubio , los ojos verdes, las finas facciones y el cuerpo casi perfecto, convertían a su mejor amiga en la envidia de todas las mujeres y en el deseo de todos los hombres.
-Dame cinco minutos que voy a cambiarme.-dijo Laura.
-¡No jodas Laura!-gritó Patty. ¡Abre rápido que he venido sin auto! ¡No voy a esperar cinco minutos acá parada!
-Es que estoy en ropa interior.-explicó.
-¡Qué importa! Acá afuera no hay nadie.-mintió Patty.
-Voy entonces.
Laura abrió la puerta principal dirigiéndose a la reja donde se encontraba su amiga. Un jardín de casi veinte metros separaba ambas puertas. Cuando Laura ya había recorrido la mitad del camino se dio cuenta de que la calle no estaba vacía y sintió como su cara se tornaba roja de la vergüenza. A la vez, vio como Patty no podía detener la risa.
Al llegar al final del jardín abrió la reja ante la atenta mirada de una docena de personas.
-¡Maldita! Me engañaste. ¡Qué vergüenza! Todos me están mirando- dijo Laura sin poder disimular la risa que le causaba tal situación.
-Sí, es verdad. Pero si quieres lo soluciono-respondió Patty.
En un par de segundos y ante la atónita mirada de Laura, Patty se quitó el sexy vestido verde que llevaba puesto, quedándose en ropa interior. Las miradas de la docena de espectadores se dirigieron al casi perfecto cuerpo de Patty quien comenzaba a correr junto con Laura hacia la puerta principal de la casa. Mientras corrían, ambas se carcajeaban casi hasta las lágrimas.
Llegaron a la casa y cerraron la puerta. Las risas continuaban.
-¡Sigues tan loca como siempre!-gritó feliz Laura.
-Es verdad-confirmó Patty riéndose.
Prepararon café y se sentaron en la sala a conversar. Después de unos minutos de conversación, Patty notó algo extraño en el comportamiento de Laura.
-Laura, ¿qué es lo que te pasa?-inquirió preocupada.
-No es nada importante. Prefiero que no te enteres.
-¡Vamos Laura!-la animó Patty.-Confía en la discreción de tu mejor amiga.
-Voy a ser sincera contigo. Creo que Renato me engaña con otra mujer.
-¡Qué!-dijo sorprendida Patty. ¿Por qué crees eso?
-Una mujer siempre se da cuenta de esas cosas, Patty. Estoy casi segura.
Patty se quedó callada sin saber que decir. Veía las lágrimas que salían de los bellos ojos negros de Laura y la abrazó.
-Tranquila-le dijo tratando de calmarla.
Laura bebió un par de sorbos de su café y siguió hablando.
-Creo que se casó conmigo sólo por mi dinero y...
-¡No digas eso!-interrumpió Patty.
-Es verdad. Ha cambiado mucho.
Las dos se miraban con resignación. Laura no quería decir nada más. Patty fue la que habló.
-Escúchame bien Laura. Pienso que tú no estás segura de lo que dices. Sólo son sospechas. Te voy a dar un consejo. Contrata a alguien para que lo siga y averigüe la verdad. Un detective.
-¿Tú crees que eso dé resultado?-preguntó Laura.-Recuerda que él es comandante de la policía. ¿Quién aceptaría un caso así? Los detectives son muy valientes hasta que se cruzan con un policía o un militar. Ese tipo de casos no les gustan.
-Tienes razón-dijo Patty.-Pero creo que tengo la solución. ¿Te acuerdas de Manuel?
-¡Por supuesto que me acuerdo de ese imbécil! Si te engañó con una bailarina.
-Exacto, pero yo nunca te conté cómo lo descubrí. Contraté a una detective. Ella lo estuvo siguiendo durante tres días y en ese lapso pudo conseguir pruebas del engaño. Pienso que una mujer levanta menos sospechas que un hombre. Nadie sospecha de una mujer. Y no cobra muy caro. Bueno, en tu caso el dinero no es problema.
-¡No es mala idea!-exclamó Laura. Dame su nombre y su teléfono. Voy a llamarla.
-Si quieres vamos juntas-sugirió Patty.
-Perfecto-dijo Laura.-Voy a subir a ponerme algo de ropa. Y vístete tú también. Si fuera un detective hombre te llevaría así como estás para que nos dé un buen descuento.
Ambas rieron.
Patty caminaba hacia el mueble donde se encontraba su vestido, cuando oyó que la puerta principal se abría. Volteó y vio a Renato quien la miraba sorprendido. Renato era bastante alto y de contextura gruesa. Tenía treinta años, y desde hacía diez pertenecía a la policía. Había ascendido de forma rápida gracias a la influencia que tenían los padres de Laura.
-Qué sorpresa-dijo Renato sin mostrar la menor emoción. Parecía molesto.
-Hola Renato-dijo Patty mientras trataba de cubrir su hermoso cuerpo con el pequeño vestido-. Disculpa, pero hacía mucho calor.
-No te preocupes. Ya el vecino me ha contado todos los detalles sobre el espectáculo que han dado en el jardín tú y Laura esta mañana.
-No te molestes con ella. Fue mi culpa. Llegué de improviso y....
-No me expliques nada-interrumpió Renato. -Siempre es tu culpa.
No dijo nada más y se dirigió molesto al segundo piso. Renato siempre le decía a Laura que Patty era una mala influencia para ella. El espectáculo que habían dado esa mañana reforzaba aún más esa idea.
Cinco minutos después Laura bajaba a reunirse con Patty y salían de la casa para ir a visitar a la detective.
La detective Jenny Carter había nacido en Canadá, pero había vivido en el Perú desde que tenía cinco años. No aparentaba los cuarenta años que tenía. El buen estado físico que requería para desempeñar de forma eficiente su profesión, acompañado de sus ojos azules y pelo rubio, la convertían en una mujer muy atractiva. Nadie pensaría al verla que fuera una detective. Según ella, su aspecto físico era clave para el éxito de sus casos, ya que podía realizar seguimientos muy cerca del objetivo sin levantar sospechas.
-Todo me ha quedado muy claro-dijo la detective.-Lo seguiré por tres días y prepararé un informe.
-Perfecto-dijo Laura sentada junto a Patty frente al escritorio de la detective.- Espero que la información que le he facilitado sobre mi esposo sea suficiente.
-Sí lo es-aseguró la detective.
-Sólo una cosa más-dijo Patty.-No nos interesa ver fotografías ni videos. Queremos verlo nosotras mismas en el momento en que esté con la otra mujer.
-Es verdad-aseguró Laura. La idea es que usted nos avise en dónde se encuentra para poder sorprenderlo cuando menos se lo espere.
-Así lo haremos-dijo Carter.
Laura y Patty salieron de la oficina de la detective conformes con lo que habían visto. Carter inspiraba confianza. Contratarla había sido la decisión correcta. No tenía el aspecto de un detective común.
Dos días después y mientras almorzaban, Renato le decía a su esposa que esa noche tendría mucho trabajo y que llegaría a casa después de las diez.
A las siete de la noche del mismo día, el teléfono de Laura empezó a sonar.
-¿Aló? ¿Quién habla?
-Soy la detective Carter-dijo casi susurrando. Ya lo tengo. Su esposo ha alquilado un pequeño yate que está anclado junto al muelle de la playa Chorrillos. Se encuentra ahí adentro con su amante.
-¡No puede ser!-gritó enfurecida Laura. Voy para allá. Quiero confirmarlo personalmente. Con esto tendrá que darme el divorcio. Que se olvide de mis millones.
-Laura, el lugar es oscuro y está bastante solitario, pero no te preocupes que yo estaré acá para apoyarte-le aseguró Carter.
-Voy para allá.
Laura abrió uno de los cajones de su armario, y sacó un revólver que su esposo le había dado para que lo tuviera como protección ante cualquier emergencia. Se aseguró de que estuviese cargado y lo guardó en su cartera. Llamó por teléfono al celular de Patty pero estaba apagado. “No importa”-pensó.-“Para apretar este gatillo se requiere sólo de una persona”.
Laura llegó al muelle y tal como le había advertido la detective, éste se encontraba oscuro y solitario. No se veía a ninguna persona en todo el lugar. “Perfecto”-pensó Laura.
Bajó del auto y se acercó lentamente hacia el muelle donde se podía distinguir claramente el yate anclado al costado del muelle.
Carter salió a su encuentro rápidamente. No tenía idea de que Laura traía un arma en la cartera.
-¡Vamos Laura!-la animó.-Debemos subir a ese yate.
Ambas se acercaron al muelle. Laura tomó la delantera. Sólo necesitó un salto para llegar a la cubierta. Carter hizo lo mismo. Se oían ruidos dentro del yate.
-Voy a sacar mi cámara de fotos para que queden pruebas-dijo Carter.
-Yo también voy a sacar algo de mi cartera-dijo Laura mientras metía la mano dentro de su bolso.
Pero Jenny Carter fue más rápida y logró sacar de su cartera lo que buscaba. Un revólver recién cargado con el que apuntó a Laura.
-Sonríe para la foto- le dijo antes de realizar el disparo mortal. Laura cayó de espaldas en la cubierta.
Debido al estrépito, un hombre salió violentamente del interior del yate. Era Renato.
-¡Jenny!-dijo antes de abrazarla y besarla apasionadamente.
-Todo salió como lo planeamos-dijo Carter con una sonrisa malévola en los labios.- Ahora somos millonarios, mi amor.
-Es verdad-dijo Renato. Aunque fue difícil. Primero los dos viejos y ahora Laura. Casi me muero de la ansiedad.
-Tenemos que irnos Renato.- dijo enérgica Jenny Carter.- No nos pueden ver.
Salieron corriendo del muelle y se dirigieron a un auto que los esperaba en la autopista. Ambos se sentaron en la parte de atrás del auto. Este desapareció en la oscuridad.
Con el auto en marcha Jenny fue la primera en hablar, dirigiéndose a la persona que estaba al volante.
-Buen trabajo-le dijo.- Sin tu ayuda esto no hubiese sido posible.
Patty no dijo nada. “Ahora sólo falta una” pensó. Mientras manejaba, miró a Renato por el espejo retrovisor regalándole una sonrisa cómplice.

Texto agregado el 09-01-2006, y leído por 299 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
14-01-2006 Cuento o novela? No importa, en ambos casos excelente. Mantiene el suspenso y maneja con maestría los "tiempos" y el hilo. ergo ergozsoft
13-01-2006 Buena historia, muy bien hilvanada y un argumento consistente. Fraternales felicitaciones.*x5 la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida... poenauta
 
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