La Boca del Diablo
El “Ronco” trabaja como lustrabotas en la plaza del pueblo. Llegó a ejercer este oficio cuando tuvo que salir del lugar donde vivía bajo la acusación permanente de haber sido devuelto por la boca del Diablo (así llamaban -en los sectores rurales- a los hijos de una aldeana engañada por un fraile).
Durante su infancia vagabundeaba por los campos en busca de comida, los malos tratos y la falta de cuidado le dejaron como secuela una cojera en el pie derecho y un párpado caído en el ojo del mismo lado.
Boca del Diablo, Boca del Diablo, le decían en el día y lo bajaban de la vereda a la calle, en la noche lo apedreaban, el “Ronco” buscaba sin saber cómo hacer el camino de vuelta y desaparecer.
Lustrando zapatos e inclinado sobre el cajón se le acentuó un encorvarmiento de su espalda; pero, a la vez, la fuerza que ponía a su trabajo, le desarrollaron unos brazos anchos y fuertes. En la misma plaza se encuentra Mercedes, con un canasto lleno de berlines que vende a los escolares que circulan por los senderos que atraviesan el paseo público, al fin del día lustra sus botas con el “Ronco” que la mira tratando de adivinarla desnuda. Mercedes sube a las tres de la tarde para almorzar y hacer el aseo en el décimo piso del edificio de la esquina donde vive doña Amalia, una mujer mayor que está siempre sola y dedica la mayor de su tiempo libre a pintar (cuando no hace gimnasia).
Doña Amalia, cubierta con un mandil lleno de pinceles y manchado de colores, le pidió ayer a Mercedes que invite al “Ronco” para retratarlo. Resultan vanas las protestas de Mercedes que hablan de la suciedad del lustrabotas, su vocabulario obsceno y sus malas costumbres ya que para la solitaria pintora el personaje es sólo un modelo que ella ve a la distancia.
Para el día siguiente preparan un baño de limpieza para el “Ronco” y Mercedes se encarga de subirlo al departamento. El “Ronco”, por primera vez en su vida, siente unas manos femeninas que van recorriendo su cuerpo con un chorro de agua tibia y un paño que le descubre el olor de un jabón que consigue adormecerlo suavemente.
Mercedes extrañada ve cuando doña Amalia se detiene en los brazos del “Ronco”, como si estuviera adueñándose de las dimensiones para traspasarlas a la tela que hasta ahora tenía puros cerros según ella.
Al momento de secar al lustrabotas doña Amalia le dice a Mercedes que se encargue, cada vez con menos reparos le frota una toalla con suavidad y lo viste con ropas nuevas.
Cuando entran a la sala de pintura, cuya ventana da justo sobre la plaza, doña Amalia enfundada en su mandil y con un pincel en la mano le dice al “Ronco” que se siente en el piso que está bajo la ventana y a Mercedes que ya puede volver a vender sus golosinas.
Doña Amalia hunde el pincel en pintura negra y se acerca al “Ronco” para identificar con mayor precisión el color de su pelo (el que acaricia). El “Ronco”, hunde las manos bajo el mandil, no descubre más ropa ni repara en carnes firmes, suspende a doña Amalia en el aire y busca con urgencia la boca del Diablo, su camino de vuelta.
Amalia se estremece.
Cae pintura.
Cae el pincel.
|