Modelo 1505



La modelo llega todos los días muy temprano a la casa de Leonardo. Sube a un altillo en el segundo piso, entra en un pequeño camarín, y cambia su ropa de calle por un vestido oscuro y escotado con el cual está siendo retratada. Toma asiento en el lugar acostumbrado, cruza los brazos y dibuja en su cara la sonrisa permanente.
El pintor inicia la jornada con un ritual que consiste en caminar dando vueltas en círculo mientras hace girar el pincel en su mano derecha, con este impulso se llena de energía para resistir el prolongado tiempo que dura la sesión y el frío de un lugar donde no existe fuego.
Leonardo sabe –y lo siente- que está enamorado. Cada vez que la contempla su sangre se quiebra en sus manos, como una ola, llenándolas de sensibilidad. Aumentan sus palpitaciones, pero la mirada túrbida le nubla la imagen, y por eso prefiere pintarla por medio de una reproducción. Para conseguir verla en forma indirecta usa un juego de espejos ubicados a un costado del taller y que le entregan una apariencia de la joven en forma invertida. Este secreto no es conocido ni siquiera por su compañera.
A ratos Leonardo la observa de frente y la acaricia sin tocarla, ondas que no se explican llegan a ella y le recorren el cuerpo provocándole una excitación que no se refleja en el molde de su rostro limoso. El pintor, sin respuesta, transforma su frustración en una nueva capa de pintura que va llenando de historia el cuadro. Aunque están juntos sólo podrían coincidir en un infinito inalcanzable.
A mediodía la modelo se levanta y vuelve al camarín, cuelga el vestido escotado y oscuro. Recupera su ropa de calle, se acerca al maestro y con gesto vago se despide: hasta mañana.
Leonardo baja al primer piso, cierra ventanas y cortinas para devolver sonidos y rayos. Cubre los espejos, y con rabia posee a una mujer que lo espera.
En la oscuridad respira profundo y prende fuego de llamas largas.