Reinaba la luna de oro en pleno mes de Septiembre. Se veía insaciable, dueña de la noche, gitana y mendiga, ladrona de miradas, discordia de belleza con las estrellas, pero siempre triunfadora. La más bella, sin duda.
“Unas chispitas de magia color dorado para que un amor perdido vuelva a nacer desconsolado” -Conjuraba una bruja.
Me pusiste la mano por la cintura, acercaste tu rostro a mi hombro, bajaste el tono normal de voz, y casi me susurrabas al oído.
No pude casi reaccionar a sentirte tan cerca. Me quedé mirando al cielo, en busca de una muestra en la cara de la luna, que me indicara que había sido ella, la que me envió este detalle.
De pronto siento frío en mi espalda, y es que ya no me abrazas. Te dedico una mirada casi ordenándote que vuelvas como antes. Pero no me devuelves la mirada. Tus ojos negros se clavaron nuevamente en el cielo, y ya no susurras, no hablas... nos rodea el silencio, y voy notando la magia.
Te observo, sin que me veas. Se te ve apaciguado, mirada perdida, y melancolía en la mirada.
La nostalgia inunde mi alma de soñadora, de romántica empedernida. Quisiera explicarte que aunque me dé miedo admitirlo, te amo.
Si al menos tuviera el valor de decírtelo, si al menos fuera capaz de abrazarte yo igual que unos instantes atrás lo hiciste tú...
Tus ojos me miran intrigados, interrumpiendo mis pensamientos con una indiscreta pregunta que sale de tu boca con aire sonriente:
-¿En qué piensas?
Podría haber sido el momento de cambiar la típica respuesta de “Nada”, y contarte realmente todo lo que siento, pero una vez más creí que no era el momento, y el tiempo pasa, abrazado a mi indecisión...
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