Piensas.

Y otra vez en esta habitación.

Te preguntas porqué acumulas tantas cosas, tantos objetos inútiles, tantos deshechos urbanos.

Te dices que es por el arte de la colección, o por el de la pereza. La pereza de deshacerte de todo y empezar algo nuevo.

Quizás es por eso que jamás terminas nada, pero es que a ti terminar las cosas te cuesta mucho, muchísimo.

Si algún día hicieras una película acabaría con algo impactando contra la cámara, tapando el objetivo, tapando la historia, a modo de fin.

Pero en la cotidianeidad, en tu cotidianeidad, eso no puede hacerse, no se pueden ir lanzando cosas a la gente.

Piensas, así son las cosas. Piensas, así son tus cosas. Tu mundo, tus objetos arrinconados, inútiles e incompletos. Piensas que son como tu misma.

Pintura incrustada, botones, una taza de té.
Muñecas sin brazos, cámaras de fotos, jerséis de lana.

Te ahogas, te mareas, se te va el mundo, se te va en la nada.

Cintas de vídeo, libros viejos, cajas de música, paraguas rotos.

Te acuerdas, recuerdas.

Primer plano de tu hemisferio izquierdo, de tu pecho, de lo que hay debajo de tu pecho izquierdo. Un poco más arriba. Justo ahí.

Estrellas dibujadas en cuadernos de infancia, cajas de galletas danesas, viejas y oxidadas.

Primer plano de tu boca, de tus labios, de ti, mordiéndote el labio inferior. Lánguida y tímida, como sacada de un fotograma antiguo.

Piensas, así son las cosas. Piensas, así son las cosas. Tu mundo, tus objetos arrinconados, inútiles e incompletos. Piensas que son como tu misma.

Piensas.